Los Estados Unidos fueron el escenario de una manifestación que reunió a decenas de miles de mujeres en diferentes ciudades que reclamaban una legislación de «sentido común» que regule la venta de armas en aquel país. Esto es absolutamente lógico si tenemos en cuenta que allí se registran unas ochenta muertes diarias por disparos de armas de fuego, de las cuales doce corresponden a menores de edad. Tras los luctuosos sucesos acontecidos en algunos centros escolares norteamericanos en los últimos tiempos, es lógico que se despierten ciertas sensibilidades. Aunque también es verdad que los estadounidenses tienen otra cultura y que surgen por doquier defensores de las armas de fuego. Realmente, el problema no es sólo ése, puesto que, sin ir más lejos, en nuestro país se producen muertes no sólo por el uso de armas de fuego, sino también por la utilización de navajas, cuchillos o bates de béisbol, lo que evidencia que existe un origen que va más allá de la legislación propia de cada Estado en cuanto a la posesión de armas.
Bien es cierto que con una adecuada regulación de la venta en EE UU se podrían evitar las facilidades que tienen los menores para adquirir una pistola. Y esa tarea la debe emprender, sin lugar a dudas, su Gobierno. Pero cabe también preguntarse por la educación de los menores en el mundo occidental y por las razones que mueven a algunos de éstos a comportamientos absolutamente violentos que pueden desembocar en un crimen. Y, naturalmente, esto pasa por el establecimiento de unos valores que erradiquen xenofobias, racismos y prepotencias. Es evidentemente una difí- cil tarea que no puede ser resuelta en poco tiempo, pero vale la pena que se inicie ya mismo para que en el futuro no haya que lamentar más muertes inútiles.