El padre Barceló, del convento de los Sagrados Corazones de Sóller, está reconocido como uno de los mejores entendedores de la apicultura de Mallorca, un gran hombre al servicio de Dios y de los hombres pero, sobre todo, por su gran amor a las abejas, de las que dice «forman una auténtica sociedad. Si el mundo se identificara con ellas a la hora de formar la sociedad que nos rodea, no tendríamos que sufrir guerras, envidias o penurias, porque las abejas son sabias y, sobre todo, saben crear un auténtico equilibrio».
«Cuando apenas tenía 14 años empezó mi gran pasión por el maravilloso mundo de la apicultura, pasión que ya nunca dejaré. En el monasterio de Lluc se encontraba al cuidado de las colmenas Pere Peñas, hombre sabedor del mundo de las abejas, y que supo despertar en mí ese gran amor hacia ellas. Él fue mi maestro desde los 14 hasta los 24 años».
Una vez ordenado sacerdote, se fue a vivir a Sóller. «En el convento instalé mis primeras colmenas, en el campanario de la iglesia. A veces tenía algunos problemas porque cuando las abejas estaban un poco revueltas picaban a las gallinas de los vecinos y esto no gustaba a muchos. En esa época todavía no conocía demasiado el mundo de las abejas y también recibía sonoros picotazos».
Tras muchos años de estudio y dedicación, consiguió un lugar idóneo para implantar las colmenas, en el olivar de un amigo. Ahora tiene una población muy completa de abejas y, con las de Lluc, cuenta con ochenta colmenas que le dan al año unos mil kilos de miel de la mejor calidad.
La apicultura como tal comenzó cuando el hombre empezó a salvaguardar el futuro de las colonias de abejas, utilizando sus conocimientos, cuidados y supervisión. Con estos elementos, pobladores del Medio Oriente y de Egipto manejaban y explotaban las abejas, teniendo las colonias de abejas en las colmenas primitivas, que, por lo general, eran muy pequeñas. Los antiguos egipcios utilizaban humo para utilizar las abejas y fueron los primeros en practicar la apicultura migratoria, transportando sus colmenas en balsas por el Nilo, aproximadamente 3.000 años antes de Jesucristo.
«Una de las primeras anécdotas fue cuando apenas había empezado mi aprendizaje en Lluc. Pedí permiso a mis profesores para salir una noche a recoger un enjambre de abejas que tenía localizado. Mi mejor idea fue la de coger un saco grande. Cuando lo metí en el saco, todas las abejas estaban furiosas y empezaron a picarme sin descanso. Cuando llegué al monasterio, pocas llegaron conmigo. Aprendí que a la abeja nunca se le debe apretar porque escapa y ataca».