Óscar Collado, del cementerio de Palma, puede escribir un libro de anécdotas "creo que está en ello" del cementerio. Porque, la de los cementerios, y el de Palma en concreto, puede ser otro mundo que nada tiene que ver con lo cotidiano, aunque parezca un contrasentido, y está vivo, pues a diario en él ocurren muchas cosas, incluso cosas divertidas y curiosas.
Cuenta Collado que este año "«porque si te contara anécdotas de años anteriores, no acabaríamos nunca»", una mañana, a punto de enterrar a un difunto, la viuda nos pidió que esperáramos, «pues he de ir al estanco a comprar dos cartones tabaco y un mechero, ya que él "señaló hacia la caja" pidió que le enterráramos con esas cosas». «Esperamos a que aquella buena mujer regresara del estanco con el tabaco, que introdujo en el interior del ataúd».
Es frecuente que junto al cuerpo del difunto se coloquen las cartas de amor que escribió en vida, fotografías, el libro que estaba leyendo, etc. «En el columbario pueden verse en algunos nichos, junto a las urnas que contienen las cenizas, objetos que pertenecieron al difunto, como tabaco, gafas, medallas y condecoraciones».
También se suele pedir en los últimos tiempos que si el cónyuge ha sido incinerado, cuando muere la otra parte sea incinerada también y mezcladas sus cenizas con las de aquél, y así quedan unidos para la Eternidad. «Últimamente, algunas novias piden dejar el ramo de flores en el interior del nicho del padre o de la madre. Nosotros pedimos permiso, y cuando llega la novia con el ramo, retiramos la lápida, lo introducimos en el interior, y la volvemos a colocar».
Hay personas que van cada día al cementerio, cambiando las flores. «Algunas se llegan a gastar cerca de dos millones de pesetas al año», o, simplemente, a estar un rato junto a la sepultura, o nicho, recordando al difunto. Ése podría ser el caso del padre que a diario se pasa unas horas junto a la tumba de su hijo, muerto en accidente, desayunando y leyendo el periódico en voz alta, «como si quisiera tenerle enterado de cuanto sucede en la ciudad en que vivió».
Aunque, en líneas generales, el cementerio de Palma está muy bien cuidado y limpio, sobre todo, hay tumbas más cuidadas que otras, especialmente en lo que se refiere a ornamentación floral. «Recordemos si no al bueno del tío Quinini, cómo tenía de flores la tumba de su queridísima Moneta. Pues bien, fallecido él, la familia sigue trayendo flores casi a diario».
En lo que respecta a si alguien encarga antes de morir su tumba o su ataúd, y así ve la que será su última morada y cómo le trasladarán hasta ella, «hay bastantes que sí lo hacen "señala Collado". Y los hay que piden construir una tumba que por estética no podemos permitir. Tampoco permitimos que cuando se reforma una tumba o panteón traten de alicatarla como si fuera un cuarto de baño, o colocar sobre ellas cruces de extraños diseños y coloridos sicodélicos. En cambio, hay personas de buen gusto que se gastan auténticas fortunas en el panteón o sepultura; incluso hay quien se trae al arquitecto de otras comunidades para que le haga el proyecto».
Entre otros casos curiosos, Collado recuerda que conoce a una persona que suele ir al cementerio muy a menudo para ver la tumba que compró cuando el médico le diagnosticó cáncer terminal. «Lo que sucede es que, tras haber adquirido la sepultura, el hombre está cada vez más recuperado. Vamos, que está más vivo que otros sanos que no tienen nada». En cuanto a comprar el ataúd al gusto de uno, los hay. «Sólo conozco a una persona que lo compró y se lo llevó a su casa, teniéndolo con él.