Los yates más grandes y lujosos se encuentran, como todos los veranos, en la bahía de Palma, entre la ostentación de sus formas y el anonimato de sus armadores. Algunos, como el fabuloso Lady Moura o el peculiar Arctic, han elegido el Club de Mar o el propio Dique del Oeste como base permanente (su volumen no les permite atracar en la mayoría de clubes deportivos). Otros, como el Limitless o la goleta de época Creole, optan por los Astilleros de Mallorca a la hora de realizar las reparaciones pertinentes. Algunos como el Leander o el Salem invierten largos días de estancia en la Isla.
A modo de embarcaciones de crucero privado, con esloras que en ocasiones superan los 100 metros y dotadas de todos los elementos necesarios para emprender travesías de placer en la intimidad, los grandes yates combinan en Mallorca las jornadas de navegación con las estancias en puerto, a modo de hoteles flotantes.
Gobernados con frecuencia por expertos skippers y tripulados por una uniformada dotación siempre atenta a sus invitados (a bordo no se habla de pasajeros), y a la que con frecuencia dobla en número, constituyen un mundo aparte, reservado para una privilegiada minoría de archimillonarios. Jeques árabes y empresarios de multinacionales, protegidos en el anonimato bajo el nombre de las más diversas sociedades, viven a bordo un ambiente sólo apto para los más refinados sibaritas. Salones dignos de una gran mansión recubiertos de mármol, alfombras persas, paneles en maderas nobles, baños con grifería artesanal realizada en metales preciosos, llenan sus exclusivos interiores.
Para quien no dispone de su propio megayate, algunos prestigiosas firmas internacionales, como Camper & Nicholsons, ofrecen una vasta flota lista para zarpar rumbo a los más paradisíacos enclaves y capaz de contentar todos los gustos. Desde la culminación del clasicismo en el Savarona o el Rosenkavalier al vanguardismo del Destiny. Un marco cuyos límites los pone el cliente.