La última «víctima», y la más conocida, de la guerra de Kosovo ha sido el general norteamericano Wesley Clark, comandante en jefe de las fuerzas de la OTAN en Europa. La decisión de los responsables del Pentágono "con quienes Clark mantuvo serias discrepancias durante el conflicto" en orden a relevarle antes de tiempo de su mando da una idea de la tensiones que en su momento debieron plantearse. Pero sobre todo sirve para que todos empecemos a explicarnos lo que ya habíamos podido comprobar: que la guerra no se desarrolló, precisamente, de la mejor manera posible. En pleno fragor de las acciones bélicas, su mismo estruendo acalla todo otro asunto, pero llegada la paz es normal que las diferencias habidas afloren de una u otra forma. Clark, amigo personal de Clinton, pertenece posiblemente a esa clase de militares con ideas que sólo por ese hecho es considerado por algunos como un «militar político». Y en este sentido no cuesta un gran esfuerzo imaginarlo malhumorado y quejándose amargamente de «esos malditos burócratas de Washington» que aspiran a dirigir una contienda sin haber salido jamás de sus despachos. Sea como fuere, es evidete que el general ahora en cuestión solventó el problema sin necesidad de recurrir a una invasión por tierra, de la que en el fondo era decidido partidario. Y la forma en que está siendo ahora tratado no es la más adecuada para un militar que, pese a todo, obedeció órdenes y cumplió con su obligación. Vemos en su apresurado retiro del cargo una prueba más del fallo en la cadena de mando y decisión que, partiendo de Washington, llega hasta las tropas de la OTAN, sus oficiales y las propias fuerzas norteamericanas. Se trata de una mezcla explosiva y estas cosas, ya se sabe, en caso de guerra suelen explotar.
Editorial
El explosivo relevo del general Clark