Todo Afganistán está dominado por los talibán. Todo a excepción del valle de Panjshir, situado a unos 150 kilómetros de Kabul. En este enclave jamás rendido a los soviéticos se encuentran los únicos distritos que no han caído bajo el dominio extremista. Allí siguen a pies juntillas a Ahmed Masud, hijo del histórico líder de la Alianza del Norte Ahmad Shah Masud, jefe tribal local que se enfrentó al auge de los talibanes y que fue asesinado por Al Qaeda pocos días antes del 11S.
El vástago del conocido como León del Panjshir, un jefe aclamado y carismático con un alto grado de valor, influencia y conocimientos militares, apoya el levantamiento en armas contra los talibán en un momento donde esa oposición es prácticamente la única voz discordante en todo el territorio.
En las últimas horas algunas informaciones han referido que Masud reúne un frente de resistencia, y de hecho en las redes sociales se han compartido materiales que muestran al líder rebelde «con sus patriotas instando a los afganos a unirse a él por la libertad de su país». Reivindican una bandera propia, curiosamente con colores coincidentes con la de Extremadura. El peso del componente identitario siempre ha comportado fricciones en un compendio multiétnico como es el actual Afganistán.
En la ingente tarea a Masud le acompaña Amrullah Saleh, vicepresidente del gobierno depuesto y natural de esta zona, así como un número indeterminado de soldados leales. Cuentan con algunas instalaciones militares y vehículos, un número escaso a juzgar por las imágenes y vídeos difundidos desde la región. A este grupo paramilitar se le podrían unir combatientes de otras facciones, según los datos de distintas fuentes sobre el terreno.
La Alianza del Norte, una coalición de facciones militares guerrilleras muyahidín, fue creada a finales de 1996 por parte de importantes figuras del gobierno derrocado, y tenía como objetivo combatir el régimen talibán.
En un principio formada por muchos tayikos, la segunda etnia en importancia en el complejo crisol de culturas y lenguas que componen Afganistán, la Alianza del Norte incrementó con el tiempo la presencia de otros grupos étnicos contando con el apoyo de otros líderes tribales, y después de la caída de los fundamentalistas en 2001 su actividad quedó en suspenso. Según las cifras oficiales, más del 60 % de los soldados fueron desarmados por Naciones Unidas y el ejército afgano.
No obstante, algunas fuentes refieren castigos físicos y torturas de parte de los partidarios de la Alianza del Norte contra la población, unas prácticas no muy distintas a las tristemente conocidas en el pasado por los talibán de Afganistán. En esta cuestión es particularmente trabajosa la tarea de discernir entre realidad y propaganda.