Sin duda, lo más impresionante del funeral del Papa Juan Pablo II haya sido el funeral en sí. Trescientas mil personas apretujadas, sin apenas poder moverse, en la plaza de San Pedro, dos millones en los alrededores y todo el mundo pendiente de cuanto acontecía en aquel lugar.
Y de todo eso, lo cual no es poco, nos quedamos con dos cosas. Una: ver cómo este hombre ha sido capaz de unir pueblos y creencias, puesto que allí estaba más que representado lo uno y lo otro («como él estuvo en tantas partes a lo largo de su vida, lo normal es que ahora hayan venido desde todo el mundo a despedirle», señaló el embajador mallorquín, Jordi Dezcallar, y pensamos que con toda la razón del mundo). Y dos: la respuesta que el Papa ha tenido por parte de los jóvenes. O mejor, la despedida que le han tributado. Y eso estaba a la vista con solo mirar alrededor.
Miles de jóvenes de cualquier raza y creencia se habían dado cita en aquella gran plaza, en aquella ciudad, el viernes capital de mundo, en solidaridad con alguien que siempre había estado a su lado, que les había hablado y que les había entendido, alguien, por otra parte, no comprendido en ocasiones y criticado en otras.
Pero lo verdadero es que allí estaban todos, la mayoría con un recogimiento espiritual jamás visto, al menos por quien suscribe, siguiendo la misa de pie, muchos sosteniendo banderas y pancartas, sentados, de rodilla, abrazados... Impresionante, de verdad. ¡Y qué silencios! Trescientas mil personas es una masa más que considerable, pero callada, es impresionante. Segundos en que estando todos allí, se podía cortar el silencio.Volviendo a los jóvenes, me quedo con dos testimonios, el de unas chicas de no más de quince años, llegadas en autocar horas antes desde Valencia, a quienes la muerte del Papa les había significado algo así como la pérdida de un ser querido, «como si se me hubiera muerto mi padre», matizó una de ellas; y la de aquel otro joven norteamericano, técnico en Informática, que estando de vacaciones en Croacia se había venido hasta Roma atraído por la magnitud mediática del acontecimiento. «Ni tengo religión ni soy creyente -nos dijo-, pero por lo que estoy viendo, está claro que el Papa ha sido un gran amigo nuestro, si no, no estaríamos todos aquí».