No hay palabras que puedan expresar el dolor, la impotencia e incluso la ira que una catástrofe de este calibre ha sembrado en el mundo entero. Y cuando no hay palabras, o se ha dicho ya todo, la mejor arma contra la barbarie, contra la violencia indiscriminada e irracional, es el silencio. Por eso, ciudadanos de todo el mundo decidieron entregarse ayer, durante tres minutos, a la reflexión.
En solitario o colectivamente, en la intimidad o en lugares públicos, a la vista de todos, miles y miles de personas se unieron, con el respeto que marca el silencio, a las víctimas de la tragedia: muertos, heridos, familiares, amigos, compañeros... en definitiva, al pueblo norteamericano en pleno, para, aunque fuera por unos minutos, ayudarles a sobrellevar el tremendo peso del dolor.