La cumbre sobre Oriente Próximo siempre se han caracterizado por las bajas expectativas de éxito. Pocas veces, sin embargo, una cumbre sobre los problemas de esta región había invitado a tanto pesimismo. Mientras se ultiman los preparativos para la reunión en Sharm el Sheij, las declaraciones previas de sus participantes revisan cada hora los pronósticos a la baja.
Sharm el Sheij es una pequeña localidad en el extremo más meridional de la península del Sinaí. Este lugar, donde según la tradición bíblica, el Dios de las tres religiones monoteístas entregó a Moisés el mandamiento de «no matarás», es según los historiadores el más disputado de la historia.
Esta cumbre de Egipto que comienza hoy es el resultado, casi milagroso, de las gestiones de Kofi Annan, secretario general de las Naciones Unidas. A ella asisten el presidente de la Autoridad Palestina, Yasir Arafat, el primer ministro israelí, Ehud Barak, el presidente egipcio, Hosni Mubarak, el rey Abdalá II de Jordania, el representante de la UE en materias de seguridad, Javier Solana, y el presidente norteamericano, Bill Clinton, acompañado de su secretaria de Estado, Madeleine Albright.
Ni siquiera sobre el objetivo de la cumbre hay acuerdo entre sus participantes. De un lado, Israel y los Estados Unidos esperan que la cumbre ponga fin al estallido de violencia iniciado hace poco más de dos semanas. Por el otro, los palestinos y sus aliados egipcios y jordanos consideran que el episodio de violencia es el resultado del incumplimiento de los acuerdos sucesivos del proceso de paz, por lo que buscarían la revisión de este proceso.
La única esperanza, muy débil, de la reunión de mañana reside en los participantes más neutrales: las Naciones Unidas y la Unión Europea. Ambas instituciones son en realidad la única novedad de la cumbre. Hasta ahora han sido marginadas por Israel e ignoradas por los Estados Unidos, que ha siempre han monopolizado el proceso de paz. Algunos confían en que su aportación sirva para salvar lo que parecen obstáculos insalvables.