Sonrientes y con ropa prestada de colores vivos, los cinco liberados fueron recibidos con flores ayer por la tarde en el aeropuerto de la capital iraní por los embajadores de España e Italia, autoridades locales y un gran número de periodistas. El religioso español Joaquín Fernández, de 70 años, el mayor de ellos y el único que aun lucía la barba que le creció durante los días de secuestro, exclamó: «Me siento como una estrella del fútbol», ante un recibimiento que no esperaba.
Posteriormente, en una conferencia de prensa, el propio Fernández, el mas locuaz de los cinco, describió la experiencia del secuestro como «la ausencia total de libertad en una zona montañosa y desértica, con una permanente preocupación por las necesidades mínimas para la subsistencia». «Nos juntaban a los cuatro europeos por las noches y nos hacían dormir juntos, con una única manta. El frío era insoportable», añadió el religioso, que explicó que el cautiverio les ha hecho «valorar más las cosa pequeñas, como estar limpio, un vaso de agua helada, una manta, un paseo o dormir sobre una cama».
Durante el día, «la preocupación era buscar un lugar a la sombra», pues el calor era agobiante, «en una zona montañosa y llena de barrancos, en la que vivíamos a la intemperie», explicó. Para él, «la presión, más sicológica que física, fue humillante, aunque el trato que nos dieron no se puede decir que fuera malo».
POR EL DESIERTO, ENTRE METRALLETAS
Sólo pasaron un período de tres días y otro de cuatro en lugares
fijos, mientras el resto de las noches sus captores les hacían
«subir en una camioneta, entre metralletas y granadas, y dar
vueltas por todo el desierto». «La comida diaria era pan, pinchos
de cordero (asado) y té y esa gente, que era un verdadero ejército,
la mayoría muy jóvenes y armados hasta los dientes, se drogaban sin
parar y nos ofrecían (opio) a cada rato», recalcó Fernández.
Cosme Puerto, de 57 años y también religioso, aseguró por su parte que «fue un calvario en el que creímos morir todos los días. Yo sentí la muerte de cerca, pero no la temí. Somos religiosos (Puerto y Fernández), nos confesamos y esperamos con confianza. Sin Dios, no se hubiera podido tolerar». «Nunca se nos ocurrió escaparnos. Lo deseábamos pero era imposible, rodeados de barrancos y desierto, sin papeles, comida o dinero», recalcó Puerto.
El religioso apuntó que «perdonamos, pero es difícil hacerlo sabiendo que es gente sin buenos propósitos, que lo que hacen es por la droga y para poder llevarla a Europa». También les preocupaban las perspectivas de liberación, «nos decíamos: mañana a España, y al otro día igual. No sabíamos en manos de quien estábamos ni que querían, pero supusimos que era para canjearnos por otros, ya que uno nos dio a entender que no querían dinero», señaló Fernández.
Finalmente, en la madrugada del martes «nos llevaron a una zona poblada, a una casa, donde oímos una voz de mujer, la primera desde el principio del secuestro, y había niños. Al oscurecer, nos metieron en una camioneta y, después de un rato, nos hicieron pasar a un coche, que resultó ser el de la Policía». Para ellos, lo mejor de estos días «fue la cordialidad de la Policía iraní. Fueron muy amables con nosotros».