Con 19 años no sabía qué hacer con su vida, así que Antoine Ripoll (Normandía, 1964) se enroló en la marina francesa y recorrió el mundo. Durante 18 meses, el galo-mallorquín navegó por zonas del Mar Arábigo y visitó varios países. Luego, dio un cambio de timón, y se pasó varios años surfeando olas en Tahití, en la Polinesia Francesa. Y cuando se cansó de las olas, trabajó con su padre en una empresa de importación/exportación, algo que le pareció «aburridísimo». Sin saber de nuevo qué hacer, Antoine Ripoll encontró el arte, aunque quizá sería más correcto decir que fue el arte el que se topó con él.
Recuerda el francés, con fuertes raíces mallorquinas (como nos chivan sus apellidos a gritos), que viajó a Estados Unidos para pasar unos días con un amigo y, de alguna manera, despejarse, cuando todavía la vida no le había indicado el camino correcto para él. Allí, en una casa perdida en Pensilvania y casi enterrada en la nieve tras una ventisca, Ripoll conoció el mundo bohemio, y algo alocado, de los artistas, y lo tuvo claro: «Esto es lo mío».
Empezó, eso sí, con algo ligeramente modesto: lámparas. Sus años como surfero le habían hecho dominar la resina, así que sabía manipularla para dar formas curiosas a sus creaciones, y comenzó creando lámparas de huevos fritos que caen y cosas así. Sin embargo, se dio cuenta de que lo que hacía «era el doble de trabajo» que el de un escultor al uso, porque él esculpía y, además, creaba el circuito eléctrico para que la luz llegara a la bombilla. Así que, tras unos 5 o 6 años de crear lámparas y exponerlas en galerías de renombre como la Opera Gallery de París, Ripoll se quitó de encima una parte del proceso y empezó solo a hacer esculturas.
«Al principio las hacía sobre hielo, y luego ya sobre poliuretano, dándole la forma que quería». Además, cada una de las piezas creadas «es única, con su propia historia», explica el artista. A ello le acompañó poco a poco su paso a la pintura, que conlleva, a su vez, menos preparación: «La escultura no la ves, no es tan directa, pero la pintura sí es inmediata», explica.
Libertad
Hace unos diez años, sin embargo, Ripoll buscó algo que no podía hallar en Normandía, y que le trajo de vuelta a Mallorca, el lugar del que es su familia. Aquí se instaló en la casa de su abuelo, en el Port de Sóller, y reconvirtió una parte en su taller personal. La Isla, confiesa, le aporta «libertad, porque cuando dejas de trabajar estás de vacaciones, y eso no te lo dan otros sitios».
Ahora, Ripoll espera poder devolver algo a la Isla con su segunda exposición en Mallorca tras una realizada hace años en la Galería Fran Reus. Esta nueva exhibición contará con varias piezas de escultura y pintura con su policromía característica, muy cargadas de formas, figuras y colores saturados. Será el próximo 18 de julio, a partir de las 19.00 horas, en el Casal de Cultura del Museu de Sóller, y estará disponible en el mismo lugar hasta el 27 de julio.