La de anoche debería quedar grabada entre las grandes gestas del sentimiento local. Y no exagero. Para los más escépticos: Cuántos hijos de esta Tierra pueden llenar un estadio de fútbol? La pregunta se responde sola…
El hogar del RCD Mallorca fue el epicentro de un ritual colectivo en el que miles de cuerpos danzaron al ritmo del hijo pródigo, que a diferencia de las viejas glorias, no regresaba a casa con un par de éxitos en el bolsillo, sino con un dominio absoluto del presente musical. Daniel Heredia Vidal, Rels B para el mundo, subió al escenario con una propuesta que nada tiene que envidiar a la de los grandes nombres del pop: con un cilindro luminoso que parecía arrancado de una rave futurista, que lo elevaba dibujando una alegoría de su coronación como nuevo mesías del groove urbano. Había pantallas gigantes, pasarelas y haces de luz sincronizados, pero solo eran atrezzo, lo que de verdad brilló fue el hambre con el que el mallorquín mordía cada verso.
«¡Que se sienta la energía de la Isla!», gritó al tomar el escenario. Desde el primer tema dejó claro que Palma no es una parada más de su rutilante gira, quería rendir tributo a sus orígenes. Lo suyo no es vender mallorquinidad de souvenir, sino forjada con autenticidad y el micro en mano. Abrió con ‘1 de enero, Punta Cana’, lo que viene siendo empezar la fiesta con fuegos artificiales. Más que una canción, es una postal sonora sobre los amores que comienzan cuando la vida es una página en blanco. En directo se sintió como un brindis colectivo, su beat lento pero con pegada, los sintetizadores taciturnos y su fraseo meloso propiciaron un arranque casi cinematográfico en una noche que prometía más giros que un guion de Alfred Hitchcock.
Cerca de 20.000 personas, la mayoría adolescentes en trance y adultos con síndrome de juventud crónica, recitaban las letras como salmos sagrados. Porque Rels no canta para entretener, sino para conectar con la parte más íntima de cada oyente. Sus letras no son filosóficas, tan solo redentoras, pero ahí reside su magia. Hablan del amor en la era de Instagram, del deseo, el dolor y la belleza, sin grandes dramatismos-y cuando afloran está el autotune para edulcorarlo-.
‘Caída del cielo’ fue el segundo corte de la noche, un derechazo al mentón emocional, uno de esos temas que bracean las aguas de la adoración y la pérdida, en el que Rels B activa el modo confesional sin perder flow. La iluminación se volvió más íntima, mientras el cantante nos recordaba que ese que se pasea por el escenario con confianza también sangra por dentro. La intensidad -sísmica, vibrante- fue el denominador común en la gran noche del joven Midas mallorquín. Pero nada superará al instante en el que arranquen las primeras notas de ‘Un verano en Mallorca’. La Isla entera cabe en ese estribillo.
Su lírica humana, vulnerable, contrastó con la mastodóntica producción, que contenía todos los ingredientes de un show internacional, aunque lo más atractivo realmente fueron los detalles más pequeños: una mirada al cielo del artista, una risa inesperada en su interacción con el público o ese agradecimiento a su Tierra que le salió de lo más profundo… No eran guiños vacíos sino la confirmación de que Rels B no reniega del lugar que lo vio nacer, sino que lo coloca en el mapa con la dignidad de quien transforma lo local en universal. Por momentos, en ese estadio no cabía más orgullo isleño, más piel erizada, más calor humano disfrazado de gritos.
Hay artistas que presumen de ventas, de Grammys y de armario Gucci. Rels B, en cambio, gobierna desde otro trono, el de los millones de escuchas. En Spotify sus temas suman cifras obscenas, y no hablamos de un hit viral con fecha de caducidad, sino de una discografía que, tema tras tema, se convierte en himno emocional para toda una generación. Su legión de oyentes evidencia que además de buen oído, el algoritmo tiene corazón. En un mundo repleto de hits de usar y tirar, Rels B ha conseguido mucho más que un par de números 1, ha logrado permanencia. Por eso no necesita conquistar las listas, vive en ellas.
Mareado de música, feliz, con la garganta seca de tanto cantar y el corazón un poco más lleno… el público no olvidará esta noche. Puede que haya artistas con más técnica, voz y marketing. Pero pocos tienen esa extraña mezcla de carisma, honestidad y cercanía. Por eso sus conciertos no concluyen, tan solo quedan suspendidos en el recuerdo, como un eco que perdura en la memoria.
El concierto de gran nivel Maribel