Calma es, quizá, una de las palabras que mejor describen a Ramón Andrés, Premio Nacional de Ensayo en 2021. Su forma de hablar es un reflejo de su forma de ser, pero también de su forma de pensar, una que aboga por el sosiego, la pausa. De ello reflexiona, de hecho, en Despacio el mundo, libro que presenta esta tarde, a partir de las 19.00 horas, en la Biblioteca de Cultura Artesana de La Misericòrdia.
La cacofonía del mundo continúa, ¿ve del todo imposible hacerla melodía?
—Es difícil, sí. Tenemos muchísimo ruido exterior e interior porque la discordia es general. Me gustaría decir otra cosa, pero es muy difícil crear esa melodía. De todos modos, en nosotros está la posibilidad de no renunciar a ella y luchar por eso.
Cuando le entrevisté el año pasado le notaba cierto pesimismo, ¿ha cambiado?
—Los hechos confirman lo que se adivinaba hace un año. El mundo vive un cambio traumático tras décadas de convulsión. Ahora se ha acelerado todo y las previsiones no son muy alentadoras. Necesitamos una mirada distinta, un cambio en la observación del mundo, asumir una responsabilidad y madurez ante un mundo que se presenta como decadencia.
¿En qué consiste vivir despacio?
—Siempre he creído que en el individuo está la posibilidad de rebelarse. Vivir despacio, con pocas cosas y sobre todo no desear, son formas de resistencia, de oposición. Ir despacio es una toma de partido.
El libro parte de la afinación de instrumentos para hablar de la búsqueda de la perfección en el vaivén caótico del mundo. Afinar es un prepararse para atinar, ¿para qué nos prepara?
—El libro es una metáfora. Parte de la afinación de un instrumento, pero es la búsqueda de la afinación interior, de la mente, para buscar el no-dolor, no la felicidad, que no existe, sino el no-dolor, esa paz relativa que puede albergar el ser humano que es neurótico y tiende a romper esa paz consigo mismo.
¿Cuál es la relación de la música con el pensamiento?
—La música se utilizaba como curación ya en Egipto y en Mesopotamia. Supone una curación siempre que sea libre, no producida por la industria que no dejan demasiada libertad. Platón ya decía que la música era una manera de filosofía. La música nunca deja de preguntarse por su propio lenguaje, qué lenguajes crea, qué espacios orales es capaz de abrir, y esa es la función de la filosofía.
¿Cree que hay poca educación musical en nuestro país?
—Sí, y España ha sido concretamente un país muy sordo a la música del que, paradójicamente, han salido grandes compositores. La música popular, sin embargo, ya no existe, ahora es comida rápida. Los pueblos ya no cantan.
¿A qué cree que se debe que los pueblos ya no canten?
—A que el individuo lo es más que nunca. Es menos divisible. El prójimo, el otro, ha sido olvidado. Las manifestaciones colectivas son difíciles. Congregar a 20.000 personas en un concierto no es una comunidad, la comunidad es un acompañamiento colectivo, y esto ha desaparecido. La música ha tenido una función en este sentido importantísima, de canciones, danzas, pero eso es de cuando el otro existía.