ENTREVISTA

Carles Ponseti: «Arte y ocio son vasos comunicantes, pero no son lo mismo: el arte te cambia la vida»

El escritor Víctor Gayá ha dedicado un libro al fundador y director de Studium Aureum, que presentan este martes en el Museu de Mallorca

Víctor Gayà y Carles Ponseti

Víctor Gayà y Carles Ponseti posan para este artículo | Foto: P. Pellicer

| Palma |

A Carles Ponseti no le gusta ser el centro de atención ni le interesa pregonar sus conocimientos. En definitiva, más bien prefiere pasar desapercibido. Por eso, el primer impulso cuando el escritor Víctor Gayà le propuso dedicarle un libro, fue declinar el ofrecimiento. Sin embargo, la complicidad entre ambos, basada en la admiración por el trabajo del otro, música y literatura respectivamente, inclinó la balanza a favor del proyecto. Este martes, a las 19.00 horas se presenta el libro, Carles Ponseti Verdaguer. Aire entre les notes (Lleonard Muntaner), fruto de un verano de intensas conversaciones. La cita es en el Museu de Mallorca y contará con la participación de Amèlia Forteza, cantaire e integrante de Studium Aureum, formación que Ponseti dirige desde su fundación, que él mismo impulsó, en 1982.

Sobre la decisión de acceder a la proposición de Gayà, Ponseti –vinculado también a la música, por ejemplo con Rèquiem, poemario que publicó acompañado de una cantata de Mercè Pons e interpretada preicsamente por esta formación–, admite que, efectivamente, fue la afinidad y el enfoque que este daría a su testimonio, a su historia, pero también lo encaró como un acto de «justicia» hacia sus antepasados. «Mi familia nunca ha sido de promocionarse y eso es lo que he vivido yo. Por otra parte, también me siento en deuda con toda la gente que ha colaborado conmigo a lo largo de los años y que ha seguido de manera fiel mis proyectos que, de otra forma, podrían haber terminado en fracaso», razona.

Así las cosas, «no se trataba solamente de mí, sino de que lo que hecho forma parte de un contexto». De esta manera, el director se dejó hacer por la «habilidad» del autor, que, según destaca, supo «alinear la confidencialidad y la parte íntima» y terminó exponiéndose, «algo que debía ser así, porque no tenía ningún sentido no ser sinceros el uno con el otro». Y es que si algo se desprende de las más de treinta horas de conversaciones –según ha contabilizado Gayà– es la honestidad. Más que entrevistas, recuerda, eran conversaciones entre amigos, aunque eso no significa que el resultado sea un perfil o un testimonio complaciente, puesto que ninguno de los dos, aseguran, ha tratado de quedar bien.

«Podríamos haber confabulado y dar una imagen que no es. De hecho, es algo que me preocupaba al principio, pero no ha sido así en absoluto. Ninguno de los dos ha controlado al otro, ni hemos planeado preguntas y respuestas para que así sea. Incluso el lector se encontrará con algún acto de rebeldía. Me he entregado, me he abierto y he sido sincero. Y qué bonito ha sido que hayamos sido capaces de convivir en esta relación que hemos tenido», celebra Ponseti.

Ese ha sido el papel de Gayà: articular las reflexiones sobre la propia biografía y trayectoria del músico, con sus críticas y apreciaciones sobre el mundo de la música y de las corales en Mallorca, por ejemplo, con sus opiniones personales y profesionales pero también, inevitablemente, haciendo patente su tono, contribuyendo así al buen ritmo de la narración, que no se basa en una larga entrevista unidireccional, sino en un intercambio de ideas. Aunque, como no puede ser de otra manera, tal y como recuerda Gayà, «tenía muy claro que en este caso era un diálogo asimétrico, ya que lo importante era su opinión y no la mía».

Historia

El libro repasa los inicios de Ponseti en la música, que se remontan a 1978, cuando junto a otros cuatro amigos se reunían para cantar en el concurrido vestíbulo del metro de Plaça Catalunya, en Barcelona. En aquella época, recuerda, no era un escenario tan concurrido como hoy –y con mejor acústica que muchos teatros de la actualidad–, pero sin duda llamaron la atención y despertaron suficiente interés como para hacer algunos conciertos por diferentes espacios de Catalunya e incluso por el sur de Francia y el norte de Italia. Se hacían llamar los Discantus. En ese contexto, Ponseti colaboraba con agrupaciones como la Coral Universitària o la Escolania de Sant Felip Neri, pero la necesidad de hacer algo diferente le llevó a fundar, en 1982, el Studium Aureum Cor de Cambra.

«Obedecía a una necesidad artística y estética. No podía entender cómo siempre se interpretaban los mismos repertorios, por ejemplo», rememora. Hablamos, apunta, de hace más de cuarenta años y «las cosas han cambiado mucho», «en positivo en algunos aspectos, aunque otros han empeorado, algo que ocurre desde que la humanidad existe». «¿Es más sensible la gente ahora que hace tres mil años? No lo creo, no veo un progreso en la sensibilidad, aunque sí en el acceso para poder desarrollarla. Considero que ha habido un intercambio de unas cosas por otras y, por ejemplo, actualmente tenemos mejor sanidad», razona.

Sobre la abundancia de formaciones corales que hay en la Isla, Ponseti se muestra crítico: «Lo que está claro que la cantidad no es garantía de nada. Popularizar en el sentido de que todo el mundo tengo acceso a algo es perfecto, pero es necesario profundizar. Hoy en día no tenemos tiempo ni para pensar una respuesta; la velocidad que llevamos no es positiva y menos por cuesitones creativas», explica.

«Hoy impera la ley de que lo que vende más es mejor, pero es una trampa y lo vemos en nuestra sociedad: cada pueblo tiene su polideportivo, su piscina y sí, tal vez su banda de música o coral, pero eso es algo más ancestral. Y hay que fijarse en quién forma las corales: gente muy mayor. No es solo que falte un relevo generacional, sino que tampoco se ha cuidado, no se ha dado a conocer la labor de este tipo de formaciones ni la dimensión musical que pueden aportar, pero eso también depende de la persona que está al frente. Un maestro lo es todo», sentencia.

En este sentido, asegura que «siempre habrá grandes creadores, porque el arte siempre continúa adelante», pero duda en cómo lo valorará la sociedad de cada tiempo. «No es cuestión de fachada, de tener muchos auditorios, sino que hay que preguntarse si estos espacios tienen buenas programaciones, de si el público sale de ahí con alguna vivencia o simplemente se ha divertido. Hoy en día, ocio y arte son vasos comunicantes, muchos entienden que son lo mismo, pero no es así: el ocio no tiene un componente participativo, simplemente te dejas hacer, vas a entretenerte, ya sea viendo una película o un espectáculo de magia, vas a evadirte pero tu vida sigue igual. En cambio, el arte es algo trascendental, y no lo digo en el sentido de que sea superior, sino que debe ir más allá. Y la única arma es la libertad para poder hacer testimonio y aprovechar todo el talento anterior y el que viene, no para hacerse millonario ni famoso o para que te den muchos premios, sino porque realmente estás haciendo lo más humano que hay: compartir».

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