Paul Celan es uno de los poetas más desafiantes y hasta incómodos. Y es que la poética de este autor no solo exuda desafío y denuncia, sino también un mundo, unas consecuencias y un contexto que necesitan acompañar a la traducción de cualquiera que se proponga una labor mínimamente fiel. Ese es el objetivo del traductor y poeta Arnau Pons, que el 2 de junio presenta en Barcelona La Rosa de Ningú (LaBreu Edicions) y que no es, para nada, la primera acometida con el poeta judío-alemán. De hecho, Pons ganó el Premio Nacional de Traducción en 2015 por Cristall d’Alè/Atemkristall, aunque la conexión del mallorquín con el escritor es mucho más profunda.
«Me interesan autores que han vivido una experiencia límite», explica Pons quien añade que la de Celan es, sin duda, una de esas: sus padres y muchos conocidos fueron víctimas del Holocausto. No obstante, La Rosa de Ningú va más allá de esa violencia obvia para hablar de otra más sutil: «Expone muy bien en sus poemas este ambiente enrarecido que surge del mundillo literario más soez y mezquino». Y es que, tal y como detalla Pons, el mundo literario suele ser «hipócrita, de un narcisismo enfermizo, mucho ego y dado a la denigración».
Esto lo plasma Celan hablando de «la violencia que los escritores producen» a través de estas envidias y acusaciones de plagio que é lmismo vivió durante toda su vida. Es por ello que la suya es «una poesía combativa, de denuncia, que puso el dedo donde no gustaba y eso incomodaba».
No obstante, Celan lo aborda de una manera a través de una enorme «clarividencia». Tal y como detalla Pons, al poeta se lo acusó de «paranoico», de pensar que todo el mundo iba en su contra, pero en esta obra, «que es uno de sus libros más polémicos y de una pugnacidad muy fuerte», lo que demuestra es «una lucidez extrema», que hacen que en lugar de estar dominado por «delirios persecutorios» en realidad estaba «poseído de lucidez».
Por ello, Pons trata en su labor solidazarse «con su lucha y de mostrar lo que sus textos dicen», para así dar cuenta del «sentido» de sus versos. Después de «una especie de ‘culto a Celan’ que ha habido desde hace años» por fin toca ese «trabajo de desciframiento» para «entender lo que hay en juego en un poema». Así pues, a través de las casi 400 páginas del libro, Pons trata de que «el lector entre en el movimiento del poema», pero también en el propio universo de Celan, en el ambiente tenso, el clima enrarecido y la atmósfera asfixiante de cuando escribía. De este modo, no solo lee incisivamente a sus coetáneos, sino también a los grandes autores de la tradición y a menudo no deja títere con cabeza.
«Sismicidad»
Lo que tiene claro Pons es que «no solo traduce un texto, palabras, sino también su sismicidad», y en el caso de Celan, sus pretensiones, «la misión que él se había impuesto, era tan grande, tan colosal, que se suicidó por agotamiento, ya no podía más». Asimismo, Pons es consciente de que hay quien «se puede escandalizar por el trabajo interpretativo que llevo a cabo, y dado que a veces noto ese malestar, pienso: he conseguido mi objetivo».
Y si cada autor habla no solo de lo que quiere hablar sino también de aquello que habla por él sin él saberlo, cada obra traducida habla también del traductor mismo y no solo del escritor traducido. Es consciente de ello el de Felanitx, que confiesa buscar y trabajar con autores «me interpelan, pero que también me sirven para ahondar en mí mismo». En este camino que hace desde su propio yo, Pons reconoce un sendero de ida y vuelta en el que la proximidad se da en la distancia: «Cuanto más ahondo en el otro, más me conozco a mí mismo, y esto me lleva a ser exigente con el otro como lo soy conmigo mismo», dice.
En este sentido, sugiere Pons que «siempre traduzco textos que tienen una resonancia, una rima especial con el momento que estoy viviendo», por lo que no es «meramente algo literario, ya que la traducción también pasa por un plano existencial».
A pesar de todo, la proximidad tampoco ha de ser absoluta, y reconoce Pons que «cuando traduces un texto has de casarte con él por amor, pero sabiendo que tendrás que divorciarte del original». Al final se trata de lo mismo, ya sea desde la óptica del autor o la del traductor: hacer mundos con palabras, solo que en un nuevo idioma, y no solo es el lenguaje el que cambia en cada poema, sino también la subjetividad de quien lo escribe. Al fin y al cabo, la labor del poeta y del traductor no difieren tanto: «Cada subjetividad es única y hace su trabajo con la lengua», concluye Pons. «Lo importante es hacer justicia a la inteligencia del texto».