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La isla como horizonte ontológico: Iván de la Nuez y Guillem Nadal se retroalimentan

El escritor cubano firma ‘Al ras’, un ensayo sobre el artista mallorquín en el que texto y textura se fusionan

De la Nuez y Nadal en la galería Pelaires que acoge una instalación del artista. | Pere Bota

| Palma |

Una isla implica límites, finitud y frontera. El tiempo y el espacio se vuelven caducos y evidentes cuando el terreno se acaba y uno aprende que no puede caminar infinitamente. Este hecho, la maldita circunstancia del mar por todas partes, como la definió Virgilio Piñera en La isla en peso, provoca un recogimiento, una mirada al interior, una circularidad impuesta que, de afuera hacia dentro, se mueve de manera concéntrica hasta llegar a otra linde: la interna. Del margen exterior del mar al confín privado del ser propio reflejado por el pensamiento, el arte y la palabra.

Iván de la Nuez (La Habana, 1964), ensayista y comisario de arte conoció al mallorquín Guillem Nadal (Sant Llorenç des Cardassar, 1957) y su obra, precisamente en un proyecto sobre la insularidad como condición, como influjo en la creación. Fue en el Centro Atlántico de Arte Moderno de Las Palmas de Gran Canaria. A partir de entonces, la comunicación ha sido constante entre ambos, y ahora, con el ensayo Al ras, dan rienda suelta a esa retroalimentación en la que De la Nuez ha escrito y Nadal ha intervenido desde su arte y que presentan este miércoles, a las 19.00 horas, en la Galería Pelaires.

El propio De la Nuez lo explica de la siguiente manera: «Es un intercambio tremendamente fructífero en el que no escribo de su obra, sino desde su obra» y en el que los textos «se convierten en textura y la textura en texto a partir del diálogo». Dicho de otra manera, «es difícil saber dónde empieza una y acaba la otra». Tampoco existe un orden cronológico en estas alrededor de tres décadas de conexiones entre el cubano y el mallorquín dentro del libro, sino que se halla una circularidad, una «serie de obsesiones circulares» que vuelven una y otra vez a aparecer en las diferentes series de Nadal.

Y planeando sobre todas estos intereses temáticos, la condición de insularidad, algo compartido por los dos. Uno, desde la caribeña Cuba, una «extremadamente estrecha con muy poca distancia entre norte y sur» que hace que el centro de la isla desaparezca porque queda sedimentado por las siempre presentes costas y el insistente mar en su incesante intento de cubrir la tierra con cada ola.

El otro, claro, desde Mallorca, una isla concéntrica que hace obvia la circularidad que, además, se materializa en sus propias creaciones, las cuales reflejan «que en el interior de una isla el mar no siempre es evidente».

En cualquier caso, los dos son ejemplos del hecho isleño y de «que hay una cierta manera de ser insular» y las dos visiones «entran en contacto», explica De la Nuez, «como un impacto» en el que no se amoldan de manera perfecta, como piezas de un puzle, sino que conviven una sobre otra, «se sedimentan».

Por ello, el libro no se entiende como una obra independiente ni como un artefacto aislado, nunca mejor dicho, sino como una capa más en la relación creativa de ambos, una entrada más del diálogo que mantienen desde hace décadas y que no busca ni ser perfecto ni generar una «ontología exacta» a la isla como realidad, pero sí sirviéndose de ella como un horizonte ontológico, como un límite desde el cual «se puede pensar el mundo».

Tradición

Explica por otra parte De la Nuez que la tradición en la que se inscribe es la que entiende «que las islas son un lugar de misterio, de utopías, un lugar que corta espacialmente con el mundo porque sus fronteras son obvias». En esta línea, el cubano habla de un paisano, el escritor Antonio Benítez Rojo, que habla de que «ser insular comporta cierta manera de ser» y que habla del Caribe como un «mar sin límites».

Añade que «él cree que las islas se pueden explicar a partir de la teoría del caos y cuando veo la obra de Guillem veo caos en ella», no obstante la naturaleza caótica de la obra oculta un orden a través de los picos que, con el tiempo, reflejan tendencia, repetición y, por lo tanto, sentido. Son pequeñas islas desde las cuales entender el arte del propio Nadal y que conviven, aisladas, en el mar caótico de su obra, desde sus obsesiones que ahora forman un archipiélago unido solo metafóricamente a la aislada escritura de Iván de la Nuez.

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