Hace unos sesenta años en una casa burguesa de Cala Rajada se proyectaban películas. El cine a la fresca era uno de los planes más atractivos de las veladas veraniegas y, en vez de las modernas pantallas, los fotogramas se desplegaban en una sábana blanca. Para que los que vivían en el pueblo vecino, Capdepera, supieran que esa noche había sesión, encendían una hoguera que se veía a kilómetros. Era la señal que debían seguir para no perderse el encuentro. Quien elegía los títulos eran los de buena familia y, cómo no, también eran los que tenían preferencia a la hora de escoger asiento.
Esa anécdota real es la que captó la atención de la cineasta Marine Auclair (Capdepera, 2001) y fue la génesis de Blava terra, el cortometraje que estrenará en el Atlàntida Mallorca Film Festival el próximo 23 de julio. «Cuando estaba trabajando en mi anterior proyecto, Un hivern a Cala Agulla, que es un retrato de mi abuela. Nunca la conocí, pues murió meses antes de que yo naciera, así que acudí a la abuela de mi mejor amigo, Toni Melis, que es también montador, y hablé con ella, Margalida Tous Orpí conocida como ‘Margalida de s'estany'. De repente me contó esta historia y me obsesioné con la imagen», recuerda.
«El hecho de que los ricos eran los que decidían qué se proyectaba y, en consecuencia, qué se explicaba desde fuera de Mallorca, me pareció muy interesante. Estamos hablando de un pueblo pequeño en una sociedad muy encerrada en sí misma, donde el cine era una de las pocas herramientas para poder viajar más allá de tu entorno más inmediato. También me llamó la atención el hecho de que los privilegiados se sentaban justo delante de la sábana donde se proyectaba el filme y los demás se encontraban al otro lado y, por tanto, veían la película al revés. Esta situación resulta muy reveladora en cuanto al poder y la jerarquía: el pueblo ve al revés una cinta que unos privilegiados han elegido», detalla Auclair, que tuvo claro que en esa anécdota trivial había una historia que narrar. «A veces la vida te regala puestas en escena de forma gratuita que constituyen un material potentísimo para el cine», celebra.
A partir de ahí, Auclair se puso a investigar sobre las mujeres de esa época y se dio cuenta de que muchas, aun viviendo en una isla, no habían visto nunca el mar. «Puede que nunca hubieran sentido la necesidad de salir de sus fincas ni de ver mundo, pero me chocaron esas existencias tan sesgadas y limitadas por cuatro paredes. Conversé con una que me explicó que solamente había ido una vez y lo justificaba aludiendo a que su vida le bastaba tal y como era, que estaba conforme. Me pareció de una belleza brutal. Más allá de si crees que está bien o mal, se puede extrapolar a otras cuestiones. El mar, como concepto abstracto, podría simbolizar el feminismo, de no saber que hay otra manera de hacer las cosas posible o de no haber conocido nunca la magia de una comunidad y una tribu 3y más grande. Y, como trasfondo, están también los abusos de poder por parte de los señores hacia jóvenes que trabajaban en el campo», detalla. Todos estos relatos y planteamientos nutren Blava terra. El reparto está formado por Alexia Álvarez Jordà, Lina Mira, Marc Bibiloni y Maria Blanco.
«El cortometraje se centra en una niña, Elionor, a la que le viene por primera vez la regla. A partir de ese momento, fluctuará dentro del oscuro mundo de la adultez en la finca en la que vive, de donde nunca ha salido. Ahí es cuando los señores de la finca proyectarán una película que le cambiará la vida», explica la directora. Aunque el filme se ambienta en los cuarenta o cincuenta, Auclair puntualiza que «nunca he pretendido hacer un retrato de un periodo concreto». «Quería recrear la Mallorca antigua, pero es una historia muy universal: una boliviana podría no haber visto nunca el mar y los abusos de poder están, lamentablemente, a la orden del día en todo el mundo», añade.
En este sentido, la realizadora insiste en que Blava terra se sustenta en una serie de «conceptos» que se sitúan en un «cuadro temporal global» que representa un arco histórico «fidedigno», siempre, insiste, desde el respeto. «Parte del equipo está formado por mallorquines, pero otros son compañeros de la ESCAC, de Barcelona, donde surgió como proyecto final de carrera. Todos nos hemos documentado para poder recrear de forma rigurosa la Mallorca de esa época y también hemos hablado con mucha gente que la vivió para poder reflejar esa mentalidad. Era vital que nos pudieran transmitir sus recuerdos e inquietudes para que no murieran con ellos. También es un homenaje a todos ellos», concluye.