Las obras de arte, como todo lo tangible y material, se deterioran, y lo que es un trabajo de ensueño puede, con facilidad, reconvertirse en algo casi pesadillesco imposible de salvar. Hace unos años, pasear por el Parc de la Mar invitaba a llevarse las manos a la cabeza al observar el estado en el que se encontraba el parque escultórico de Josep Guinovart. Todos lo conocemos y todos –o, al menos, muchos de nosotros– hemos interactuado con sus piezas que durante casi 40 años han decorado la primera línea de costa entre el mar y la Seu.
Esta misma cercanía al agua y su salado viento, causantes de erosión, unido a la quizá inadecuada manera de relacionarse con las obras por parte de la ciudadanía, provocaron su desgaste. Pintadas, piezas sueltas o directamente rotas, muchas de ellas desplazadas, hacían que la visión de Guinovart fuera desvirtuada. El Ajuntament se propuso restaurarla para devolverle su esplendor, pero apareció un problema inesperado: nadie sabía cuál era la disposición y forma original que Guinovart le había imprimido.
Tomeu Bestard, cronista de Palma, fue el encargado de liderar la restauración de el trabajo de Guinovart, por lo que se puso manos a las obra –nunca mejor dicho– y, primero, se trasladaron a Son Pacs las piezas en peor estado mientras las otras se limpiaban de pintadas y cualquier otro desperfecto que pudiera subsanarse in situ. Tras ello, tocaba saber la disposición original del conjunto, para conocer el lugar en el que estaban todas aquellas piezas móviles o las que, directamente, habían desaparecido, y así poder reponerlas. Sin embargo, ocurrió lo impensable: «No encontramos nada, ni información ni fotografías que nos permitiera ver el estado original».
El artista, fallecido en 2007, elaboró sus formaciones del Parc de la Mar con roca de marés de Santanyí, por lo que desde la administración pensaron que los planos debían conservarse en la empresa que realizó el trabajo. Bestard les consultó personalmente para descubrir que la suerte no estaba de su lado: «Nos dijeron que hacía cinco años que habían limpiado y reordenado y se habían deshecho de lo anterior, incluidos esos planos». Mientras continuaban los trabajos de restauración que sí podían llevarse a cabo, Bestard y el Ajuntament se resignaron a saber que quizá no podrían devolver la fisionomía auténtica a la creación de Guinovart. Fue entonces cuando apareció, casi por casualidad, Joan Ramon Bonet.
El fotógrafo mallorquín, hermano de la cantante Maria del Mar Bonet y miembro de Els Setze Jutges, charlando de manera distendida con el propio Bestard, supo del problema que enfrentaba el cronista, y quizá con una sonrisa de satisfacción por verse capaz de ayudar, le explicó que él estuvo junto a Guinovart cuando este montaba las esculturas y conservaba los negativos en los que hasta el propio artista aparece trabajando en las piezas.
Una ventana en blanco y negro a los momentos mismos del origen del conjunto con el artista vestido de artesano cincelando los últimos detalles. Bonet explica a Ultima Hora que «Guino y yo fuimos amigos desde la primera exposición en la antigua Sala Pelaires y pasaba los veranos en Mallorca».
En esa primera muestra del catalán, Guinovart quería terminar la obra el día anterior a que se inaugurara, y Bonet propuso ir a hacer fotografías para luego exponerlas en un panel. «Prometí hacer como si no estuviera, que es como debe hacer un fotógrafo, y me pasé todo el día captando sus pinceladas y la noche revelando los negativos». «Que gustara o no me importaba poco», reconoce Bonet, que confiesa que «quería seguir el ritmo de Guino».
Inauguración
Fue una primera colaboración que se repetiría en el tiempo, en el Solleric y, claro, en el conjunto del Parc de la Mar. La renovación de toda esta zona de Palma, ganándole al mar cientos de metros, se llevó a cabo en 1983, y en el 86 se abría al público el trabajo del artista que pretendía dar a la ciudad un conjunto inspirado en su propia historia, de ahí las rocas de Santanyí y las formas que recuerdan a las ruedas de los molinos. A su vez, la consonancia cromática y temática van de la mano con la Seu, visible desde el conjunto.
Guinovart, pues, estuvo en Palma ultimando los detalles de su obra antes de que fuera, para siempre, de todos los mallorquines, y ahí estuvo Joan Ramon Bonet acompañado de su cámara para inmortalizar no solo las labores del catalán sobre el marés, sino la forma original del conjunto, con sus detalles, su geografía privada, la orientación de sus piezas y los secretos que parecían haberse perdido para siempre.
«Es una maravilla de escultura», señala Bonet ahora, tras haber cedido los negativos para su restauración. «Lo que pasa es que está indefensa y siempre hay cafres que la pintan o rompen, pero no está para que la rompas, está para que te sientes en ella y la mires, y si no te gusta, no pasa nada, pero si te gusta te llena un poco y ese sentimiento te acompañará en tu camino», valora el fotógrafo. Para Bonet, de hecho, hay una última metáfora: «Es como tomarse una cervecita fresca, algo que disfrutas en ese momento, eso buscó Guino».
Tras la restauración llevada a cabo por Neus Peinado y Marga Massanet en 2020 queda una nueva intervención pendiente en la que se puedan reponer las piedras faltantes y, por fin, unir como si de dos puntos en un mapa se tratara la visión de Guinovart en los 80 con la actualidad de su conjunto escultórico. Todo gracias a las fotografías de Joan Ramon Bonet. El arte que salva el arte.