Para Belén Pez (Toledo, 1984), el mundo está ya demasiado lleno de cosas tristes como para sumarle más oscuridad. Por eso, no es de extrañar que esta pintora e ilustradora madrileña afincada en Establiments defienda «el arte del buen rollo: No quiero que la gente le dé mi vueltas a mis obras, sino que cuando las vean, sean un poco más felices y olviden que han tenido un mal día, es decir, que se queden con buen cuerpo. El mundo tiene un lado bonito y yo es lo que quiero explotar». Asegura que su trabajo no tiene pretensiones, aunque, al fin y al cabo, qué mayor pretensión puede haber que hacer feliz a la gente.
Una de sus creaciones se puede ver durante este mes en El Mirador, el proyecto de Lluís Fuster que se puede ver las 24 horas del día en la calle Set cantons número 6 de Palma. Una intervención que coincide con la Nit de l'Art, que se celebra el próximo sábado 23. «Es una obra completa, aunque dividida en las diferentes ventanas que componen la galería, de arte abstracto y con un toque de color. Mi intención es que la gente se divierta al verla», apunta.
Lenguajes
En cuanto a los lenguajes, Pez trabaja sobre todo la ilustración y la pintura. El primero, detalla la propia autora, se inspira en los carteles pintados en los años 50 que sirven como reclamo publicitario. De hecho, el año pasado exhibió este tipo de creaciones en la tienda de H&M del Passeig del Born de Palma. Una iniciativa que, reconoce, le dio mucha «visibilidad».
Por otra parte, hace un año decidió mancharse las manos y empezó a pintar. «La ilustración que hago es digital y echaba de menos pintar con las manos, el contacto. Estudié bachillerato artístico y me encantaba mancharme e improvisar, algo que permite más la pintura, al menos como yo la vivo. Es como si la ilustración tuviera que ser perfecta y la pintura es más desenfadada», compara.
Ahora, además, también pinta piezas de cerámica. Sin embargo, reconoce que le gustaría pintar un gran mural en la calle y tener a un edificio como lienzo. Una experiencia que significaría ir un paso más allá de lo que llevó a cabo en Porto Pi o para el Aftersun Market de Port Adriano. «Es un reto diferente. Aquí sí que lo haces bien o mal, no hay vuelta atrás», confiesa ilusionada.