Sergio Caballero lleva casi 30 años al frente del Sònar, uno de los festivales de música electrónica con mejor cartel en todo el planeta. Cuando semanas atrás estuvo en Mallorca presentando la edición calvianera de ese festival –que contará con tres fechas entre julio y septiembre– le pregunté acerca del caos en el que se convirtió este año el Primavera Sound de Barcelona. Su respuesta fue rotunda: «Le puede pasar a cualquiera». Quería decir el máximo responsable del Sònar que nadie está a salvo de escenas que, como las vividas en aquel festival, trasladan problemas organizativos que pueden acabar dañando seriamente la imagen de quien lo celebra.
No se trata desde luego de buscar unas excusas que en el caso del Mallorca Live Festival tampoco se han querido dar. Pero lo vivido el viernes en Magaluf responde a toda una serie de circunstancias –también, sí, la falta de previsión– que provocaron inacabables colas, monumentales enfados, y que dejaron a cientos de personas sin poder disfrutar de la música de Rigoberta Bandini. Porque fueron muchos los que, entre el cabreo y la impotencia, tuvieron que escuchar a la artista catalana desde la calle, completando esperas que superaron las tres horas para poder validar las entradas. Faltó personal en las taquillas –algunos de los contratados, por cierto, no se presentaron a su puesto de trabajo– y se echó en falta algo de previsión también entre un público que en muchos casos llegó sin margen de tiempo, como si fueran a ver un concierto y no un festival que reunía a 28.000 personas.
El atasco en la carretera, que dejó atrapados los buses lanzadera, y los problemas técnicos para cargar las pulseras con las que tomar una copa acabaron por colmar la paciencia de quienes tenían su ilusión puesta en este fin de semana. Pero la música siguió sonando. Y la fiesta fue enorme. El viernes, y también ayer.
Sin la ansiedad del primer día y conociendo mejor un enorme recinto que ha crecido este año respecto a anteriores ediciones, la de este pasado sábado fue una jornada para disfrutar –artistas al margen– de todo lo que ofrece un evento como el Mallorca Live Festival. La música de todos los estilos, las zonas diseñadas para el descanso, el variopinto personal que siempre reúne una cita de estas características. Con Twitter aun en llamas, quienes se acercaron a Magaluf pudieron centrarse por fin en disfrutar de los conciertos, al menos en el momento de escribir esta crónica.
Contar en la Isla con un festival de este nivel es, en múltiples aspectos, una suerte. Y es posible que el reto de meter 84.000 personas en un fin de semana, después de tres años sin poder celebrarlo con normalidad, haya resultado algo excesivo. Por ello, bienvenidas todas las reclamaciones y quejas de quienes se hayan visto perjudicados por la organización. Y larga vida al MLF.