Su tatarabuelo, Charles Wiener, estuvo muy cerca de descubrir el Machu Picchu y, como hicieron tantos exploradores del siglo XIX, se llevó como tesoro casi cuatro mil huacos, piezas de cerámica precolombinas que buscaban representar un rostro indígena de forma precisa y que ahora descansan en un museo de París. Sin duda, Gabriela Wiener(Lima, 1975) tenía una gran historia por contar, pero escarbar en el pasado familiar no era tan sencillo. La periodista y escritora decidió asumir los riesgos y contarlo en su primera novela, Huaco retrato(Literatura Random House). La presentará mañana, a las 19.00 horas, en la librería Drac Màgic de Palma.
Un huaco retrato es como «una foto de carnet prehispánica», y también puede usarse como insulto.
—La figura del huaco tiene muchas simbologías en el libro, es donde la protagonista se mira para bien y para mal. El huaco también es el estigma que le ha pesado sobre los hombros. El proceso de la protagonista consiste en reencontrarse y mirarse desde otro lugar que no sea desde el insulto o el autodesprecio, que viene de 500 años atrás.
¿En Perú también está presente ese desprecio?
—En mi país, ‘cara huaco' está en nuestra idiosincrasia desde niños. Cuando nos enseñan historia precolombina es lo primero que estudiamos y los niños temen parecerse a estos retratos. Me acuerdo que fuimos de excursión a visitar el museo de arqueología y muchos niños decían ‘mirad, allí está Gabriela'. ¿Cómo lo hacemos para recuperar eso? No es un proceso que haya terminado ni por escribirlo ni leerlo. Va para largo, hay muchas heridas y dolor. La sociedad de hoy en día es todavía una sociedad de castas, de unos sobre otros por el color de la piel o los rasgos.
Tenía entre manos una gran historia familiar, pero ha sido muy valiente por indagar en ella y compartirla.
—Valiente o incluso kamikaze. Llevo muchos años trabajando como escritora literaria y periodística desde un lugar muy kamikaze. De hecho, muchos se refieren a mí de esta forma. Tengo mucho rodaje en este asunto de la exposición personal. Es un método que tiene que ver con cuidar mucho de nuestro alrededor, pero también hay que acostumbrarse a las pérdidas. A veces llegas a conversaciones que para algunos no son deseables pero que para mí son una motivación. Siempre he tenido vocación por romper con el silencio, con los tabúes, sacarlos de debajo de la alfombra y sacar las momias del pasado familiar.
Debe de haber sido complicado.
—Quería sacar este libro a toda costa y tomé unas decisiones. Si mi padre estuviera vivo, probablemente no lo hubiera publicado, tal vez ese era un límite.Pero decidí hacerlo con mi madre viva y, de hecho, he incluido su propia voz, aunque transformada por la literatura. Puede haber gente de la familia más sensible, puede que haya más silencios. En todo caso, antes de hablar de algunos asuntos lo he comentado con la persona que podría sufrir las consecuencias. Tampoco puedo hacer feliz a todo el mundo, porque, si no, no habría libro. He tenido que sopesar: las injusticias versus cosas buenas. Este libro es el producto de ese análisis.
Sobre Charles Wiener, asegura que si hubiera vivido en estos tiempos «lo habrían acusado de lo peor de lo que puede acusarse hoy a un escritor:de hacer autoficción». ¿Entonces, en el caso de su trabajo es mejor no hablar de autoficción?
—Le llamamos novela porque es un concepto que lo aguanta todo, pero también hay autobiografía, memoria y ensayo. Es todo a la vez. Hasta ahora he escrito no ficción, siendo por lo tanto muy estricta, sin inventar nada. En este caso, la construcción ha sido desde la invención del mundo de Charles y sobre el niño indígena que compró para llevarse a París. Eso me ha llevado a transgredir otro territorio, ir a lo ficcional, aunque la protagonista soy yo. He concebido el libro como un artefacto que descolonice lo que entendemos por literatura. Me gusta estar con un pie sobre varios territorios distintos y cortar.
Además del colonialismo, invita a reflexionar sobre otras cuestiones como el poliamor, el duelo, los celos, la ciencia o la literatura.
—También era importante descolonizar afectos y amores, quitarlo de lo binario y monógamo, hacerlo más diverso. En la forma, la novela es diversa, juego con los chistes, me río mucho de la institución literaria y científica, de la excelencia ilustrada. Charles aspiraba a eso, no alcanzaba estándares que se le exigían de rigurosidad, etcétera. En la protagonista hay un deseo de construir su propio parentesco con Charles, no el que le han dicho. Y elige el hecho de que sea representante de la autoficción del siglo XIX. ¿Y quién no lo era? Los hombres contaban sus hazañas para pasar a la historia sobre el borrado de otros. Y a él le pillan, es lo divertido. Pero le atrae ese punto amoral de Charles, transgresor y sin vergüenza. Es algo oscuro que reconoce en ella.
La crítica social y política recorre todo el libro. Curiosamente nació el año que murió Franco, algo que resulta incluso simbólico.
—De hecho, nací poco después de su muerte, el 24 de noviembre. Mi padre, que en casa tenía muchos libros sobre la República y la GuerraCivil, siempre me lo decía. Además, he escrito mucho acerca del franquismo, los niños robados, Colón o los monumentos colonizadores, entre otros temas. Todavía no han reparado los muertos que hay en las cunetas de hace 80 años, ¿cómo lo van hacer con las víctimas de hace 500? Es muy complicado y primero hay que mirarse y cuestionarse. Pero es urgente.
Ahora que ha probado la ficción, ¿escribirá más novelas?
—Desde luego. Ahora estoy trabajando en un libro de poemas y me gustaría seguir explorando ese terreno. Con Huaco retrato abro una compuerta y no puedo pararme.