El XXV aniversario del ciclo de Pensamiento y cultura clásica de CaixaForum llegó ayer a su fin y lo hizo con un invitado de excepción: Tomás Calvo, catedrático en Filosofía Griega por la Universidad Complutense de Madrid y presidente honorario de importantes instituciones como el Instituto Internacional de Filosofía. Su conferencia transcurrió sobre la clásica divergencia entre Platón y Aristóteles, padres del pensamiento occidental, de quienes algunos consideran que todavía somos herederos más de dos mil años después.
¿Cerrar el XXV aniversario del ciclo es el broche de oro?
—Me fijo más cuando yo lo inicio, pero si uno termina tras la gente tan competente que ha habido. Además, me encanta estar aquí porque el público de estos cursos son gente encantadora y muy interesada.
Cada año se agotan las entradas con meses de antelación, ¿están de moda las humanidades?
—Creo que hay mucho interés y mucho mérito lo tiene Casadesús, el organizador. Pero, además, en general noto que la gente necesita que le hablen de otras cosas que tienen que ver con la cultura porque vivimos en una sociedad opresiva. Queda un espíritu de amor a la cultura y eso es muy buen síntoma y se nota muy especialmente aquí, en Mallorca. Muy especialmente.
¿A qué cree que se debe ese interés que se ve en el auge del ensayo, por ejemplo?
—A que las personas cuya vida y trabajo está en otros campos no relacionados con las humanidades, pero sienten interés por ellas, encuentran en el ensayo algo no académico, que no es un tratado, que les permite acercarse a ellos. Esto lo vio muy bien Ortega, que supo que había que acercar los temas serios a un lenguaje y un estilo que permitiera a los que no se dedican profundamente a ellos interesarse y gozar. Este ciclo es un ejemplo.
¿Comparte la idea de que todos somos todavía o aristotélicos o platónicos?
—Lo comparto y haría una distinción entre ser aristotélico y aristotelista, que es quien es experto en Aristóteles. Estos dos autores formaron dos talantes que han definido ámbitos científicos como la física matemática o la biología, que fue fundada por Aristóteles. Son dos maneras de enfrentarse al mundo.
¿Puede alguien levantarse platónico y acostarse aristotélico?
—(risas). Bueno, al fin y al cabo, el primer platónico fue Aristóteles, aunque un poco disidente.
¿Qué actualidad mantienen estos dos autores?
—En la conferencia menciono la posverdad, de la que se habla tanto ahora, y es exactamente lo que Platón decía que era la retórica: desprecio a la verdad, el uso del engaño o la apelación a la parte irracional. Es interesante porque Aristóteles, al alejarse de su maestro, rehabilita la retórica, pero manteniendo, por un lado, que sigue habiendo verdad, y que no toda opinión vale lo mismo, que es algo típico de la posverdad. Esto es así porque no es lo mismo lo que opina un experto que lo que opina un botarate. Esto me parece que es de una gran actualidad.
¿Cómo valora la reducción de la filosofía en el currículo escolar?
—Lo que antes era la enseñanza media se amplió a toda la población y ahí hay un principio elemental que es que no puedes exigir al 100% lo que antes exigías al 20. Esto produce una devaluación de la enseñanza, pero con la ventaja de que ahora la población total recibe una formación determinada, aunque más elemental. Esto, unido a que esa formación se interesa más por aspectos técnicos para satisfacer trabajos productivos, es lamentable porque la formación humanística se pierde y es importante para generar ciudadanos libres. Esto hay que reconsiderarlo muy seriamente, pero no veo a nadie que esté dispuesto a hacerlo.
¿Qué valor tiene la filosofía?
—A mi juicio, en la enseñanza, la filosofía sirve para fomentar una formación crítica capaz de enfrentar problemas pensando y razonando con suficiente información sobre distintas formas de pensar que permitan ejercitar la capacidad crítica. Enseña a la gente a pensar y tener capacidad de sopesar y analizar.