El ilustrador de origen menorquín y afincado en Nueva York Pablo Delcán ha decidido dar al pause en el su vida. Como él mismo confiesa, «han sido siete años subido en una montaña rusa» desde su estudio en el brooklyniano barrio de Gowanus desde el cual creó unos trabajos que ilustraron portadas del New York Times, El País y otros muchas e importantes publicaciones.
De hecho, su éxito fue tal, que entró en la lista Forbes de los 30 under 30, en la que se reconoce a jóvenes menores de 30 en varias categorías a los que seguirles la pista. Muy sonada fue también la ilustración que acompañaba la confesión de un funcionario gubernamental de la Administración Trump o sus trazos para ilustrar el texto de Ai Weiwi Capitalismo y culturicidio.
Años de esplendor que Delcán describe como «muchas subidas y bajadas» y «un no parar». Durante ese tiempo, Delcán destaca «todas las personas con las que he tenido la oportunidad de trabajar, ya sean mis clientes, los diseñadores o con quienes he colaborado» de los que «he podido aprender mucho».
Para el artista de origen balear, su estudio «siempre ha sido una excusa para salirme con la mía, alimentar mi curiosidad, actuar con intuición y hacer un trabajo del que me sintiera orgulloso». Esta circunstancia no ha cambiado, pero sí lo ha hecho que «tras todo este tiempo nos habíamos convertido en un motor que funcionaba perfectamente, pero que había perdido la magia».
Por ello, Delcán, junto a su pareja y su hijo, deciden «irnos a vivir a las montañas Catskill, en los Apalaches, a tres horas al norte de Nueva York donde, casi por accidente, nos compramos una casa durante la pandemia».
Una decisión que no se debe a una bajada en los encargos y el volumen de trabajo, ya que «el estudio seguía trayendo muchos proyectos interesantes», sino más bien a «querer vivir de una forma diferente». Una percepción que tiene que ver «con el momento histórico que vivimos en el que la realidad es que el mundo ha cambiado para siempre e ignorar este cambio o pretender lo que será volver a la normalidad es vivir con los ojos cerrados».
Este es el motivo detrás de «querer tomarme un tiempo para mirar atrás, pensar, escribir y entender mejor cuál es el siguiente capítulo». Decisión que Delcán espera «poder tener algo más clara para el verano, aunque ahora el primer plan es construir un lugar de trabajo en la montaña, un lugar donde sentarme y poder trabajar con las manos».
Un cambio de vida que Delcán califica como «un regalo a mí mismo» y decidir los pasos a seguir, pero con pausa, algo que Nueva York no da ni durante una pandemia. Se trata, pues, de ilustrar un futuro a voluntad y que no llegue ya perfilado de manera totalmente ajena y sin capacidad de decisión. Un porvenir que no preocupa a Delcán, que se sentará a esperarlo desde las pacíficas montañas Catskill.