El mundo es un escenario cuando te llamas Sílvia Pérez Cruz, ¿no creen? A sus 37 años, esta mujer de mirada serena y melena leonina ha cultivado una sólida discografía. Su impronta en el flamenco y la canción tradicional española, que combina con destreza con el fado, el folclore latinoamericano, la bossa nova y el jazz, ha dado a luz discos en los que se citan el glamour lírico, el arrebato y la elegancia. El último lleva por título MA. Live in Tokyo, grabado en el prestigioso club de jazz Blue Note de la capital japonesa, en un mano a mano con el pianista y compositor menorquín Marco Mezquida. Lo presentarán el 28 de agosto en el marco del Port Adriano Music Fest.
¿Qué vio Sílvia Pérez Cruz en Marco Mezquida y viceversa?
—Estudiamos en la misma escuela, compartíamos amigos y nos habíamos cruzado en sitios muy surrealistas como en el Central Park de Nueva York. Un día me dijo que le haría ilusión tocar conmigo, y tras un proyecto algo intenso le llamé y le propuse hacer un concierto. Ahora nos conocemos muy bien, hay mucho respeto y admiración, con él me siento en familia.
En su último disco hay una versión de Radiohead y otra de Simon & Garfunkel, ¿fue complicado alejarse de su zona de confort?
—Más que géneros trato de conectar con emociones, y si conecto con eso ya me siento en mi zona de confort.
¿En qué tema de su repertorio se reconoce más?
—No sé, creo que con el tema con el he aprendido más es con Pequeño vals vienés, hay muchos versos y no sobra ninguno. La melodía sigue al verso y no se hace larga.
¿No se siente como un producto de consumo casi perfecto? ¿No teme que eso pueda perjudicarla?
—Me ha costado darme cuenta que soy muy respetada por los medios y por los propios artistas. No creo que pueda perjudicarme porque soy muy autoexigente en el sentido de ser valiente si hace falta cambiar.
¿Hay que cantar canciones tristes para ser felices?
—Claro, cantar una pena no duele, la limpia.
¿Cuál fue la última canción que le salvó la vida?
—Hay un disco muy recurrente, que es muy tiste pero que siento que mi abraza: Five leaves left, de Nick Drake. Cuando lo escucho me sale una sonrisa pese a que contiene mucha tristeza.
Aunque se maneja bien entre géneros, ¿en cuál se encuentra más a gusto?
—No pienso en géneros, prefiero cantar canciones, es como si contara cuentos. Siento que hay una distancia mínima entre géneros.
¿Por qué en España cuesta tanto defender la cultura?
—Mira, estuve de madrina en un encuentro cultural entre España y Francia y al ver cómo hablaba el señor fracés sobre el arte, el modo en que te hace libre y te resitúa, pensé ‘buaf, aquí no lo vemos así, qué envidia'. Tampoco voy a quejarme, soy de las primeras de la lista en conciertos, hay gente que lo está pasando muy mal.
Joaquín Sabina dijo que sus musas están viejas y tienen mal aliento, ¿qué tal andan las suyas?
—Mis musas son la vida misma. Me inspira fijarme en la elegancia de las cosas.
¿No cree que en el fondo la mayoría de sus canciones tienen que ver con lo que nunca tuvo o con lo que perdió?
—Siento como si todas las letras hablaran de lo mismo, de vida y muerte, de amor y dolor, de alegría y llanto. Recuerdo que una vez una mujer me dijo 'quién te ha contado mis penas que las has cantado'; y yo le dije que la pena es de todos.
¿Cómo sienta pertenecer a un mundo donde las redes sociales ni la rozan?
—En su día me preocupaba encontrar mi propio formato en las redes sociales, algo con lo que sentirme cómoda. Pregunté de qué iban, para entender el monstruo y sentir que no estaría demasiado expuesta. La verdad es que durante el confinamiento me sentí muy bien, fue una época muy transparente en las redes, nadie alardeaba de haber ido aquí o allá.