Antoni Gomila (Manacor, 1973) interpreta a Wang, el aguadero, en La bona persona de Sezuan, de Bertolt Brecht (Augsburgo, 1898 – Berlín Oriental, 1956), que dirige Oriol Broggi. El montaje se estrenó ayer en el Teatre Nacional de Catalunya, de Barcelona, y se podrá ver en el Auditori de Manacor el 24 y 25 de marzo. El actor acaba de ganar el Premi de l'Associació de Teatres i Auditòris Públics de les Balears, en la categoría de dramaturgia, por Rostoll cremat, que se entrega hoy en el Teatre d'Artà.
¿Qué nos enseña esta obra sobre la bondad y las buenas intenciones?
—La dificultad de la lucha por la supervivencia y la influencia sobre el proceso de construcción de una sociedad mejor. A veces, estas luchas individuales afectan al colectivo.
Bertolt Brecht nos traslada a China para explicar lo que sucedía en Alemania. ¿Pueden leerse las decisiones morales de la protagonista en clave contemporánea?
—La obra es completamente actual. El tema de la mujer, abordado en la obra, es actualísimo. La protagonista se viste de hombre para poder sobrevivir. Vestida de hombre, se da cuenta de la manera indignante de tratar a las mujeres. Brecht no solo se refiere en el texto al contexto, de la postguerra o de plena Guerra Mundial. Veía muchas más cosas, como la maldad humana desde muchos puntos de vista diferentes.
En algún momento de la obra, los actores se dirigen directamente al público.
—No se trata de eliminar ‘la cuarta pared'. Los actores se sitúan sobre el escenario y cuentan una historia. A veces, se convierten en personajes, pero no dejan nunca de ser los actores. Se dirigen al público, pero también cambian o intercambian el rol en escena. Este método proporciona verosimilitud.
Usted interpreta al aguador. No es la primera vez que trabaja a las órdenes de Broggi.
—Es la cuarta vez. Antes lo hice en El nostre gust, El poema de Guilgamesh, rei d'Uruk y Rostoll cremat. Mi personaje del aguador es la escenificación de la bondad. Es el escalón más bajo, la persona más despreciada. Es un superviviente y muy desgraciado. Al mismo tiempo, es todo amor. Es muy amigo de Xen Te. Se dedica a repartir agua y cariño. Es una joya de personaje.
La obra se podrá ver el 23 y 24 de marzo en el Auditori de Manacor.
—La gira empieza en Manacor. La distribución es trabajo de la compañía La Perla, que tiene mucha relación con el Teatre de Manacor. Imagino que es una suma de factores. Es extraño para mí, porque estoy acostumbrado a actuar en Mallorca con nuestra propia compañía. Me ilusiona.
Arola Editors publica el texto de La bona persona de Sezuan.
—Lo que es muy interesante de este texto es el prólogo. El texto ya estaba editado, en la colección de la Diputación del Institut del Teatre. Creo que es una versión muy parecida, pero el prólogo contiene un estudio excelente.
¿Cómo es la traducción de Feliu Formosa?
—Lo que me fascina del texto es la facilidad de Brecht de combinar frases de denuncia, de una dureza enorme, con un estilo tremendamente poético. Feliu Formosa ha sabido salvaguardar una idea y emplea un léxico muy rico.
Hablamos de un texto político.
—Todos los textos son políticos, pero este tiene la voluntad de ser interpretado como tal, en el sentido de denuncia y de la forma de organizarse la humanidad para que triunfe el bien. Brecht, al final, reconoce que no encuentra solución a ese dilema. El espectador debe sacar su conclusión. Brecht deja claro que no podemos confiar en los dioses, deben ser los humanos los que encontremos la salida.
Siguiendo con la idea de Brecht, ¿quiénes son los dioses modernos?
—Al aparecer los tres dioses en escena, en el entorno de miseria que presenta esta obra, me hace pensar en los vehículos de la ONU cuando pasean por África. En realidad, son unos simples funcionarios administrativos que no pueden resolver nada. Pienso en las grandes superestructuras que nos tienen que salvar, como la Unión Europea, la ONU, el Consejo de Europa, el Fondo Monetario Internacional. Llegan a los sitios como si fueran dioses salvadores, pero no tienen ninguna intención de ordenar nada en un sentido positivo. Me fascina la incapacidad de los dioses para solucionar los grandes problemas.