No son sólo las letras neuróticas, románticas y otras veces sin sentido que canta Black Francis lo que hace de Pixies una banda irrepetible. Tampoco su austeridad escénica, apenas unas luces y una lona con el nombre del grupo sepultada al fondo del escenario. Son los riff furiosos de la guitarra de Joey Santiago, el bajo dulce de Kim Deal y la batería juguetona de David Lovering puestos al servicio de Francis y su enorme panza lo que transforma las canciones de Pixies en épicas, memorables e irrepetibles.
Doolittle (1989), el álbum de esta banda de Boston que sentó las bases del rock alternativo moderno, celebra su 30 aniversario. Considerado el trabajo más destacado de Pixies, será objeto de análisis en la charla que acoge este sábado, a partir de las 20.30 horas, el Teatre Mar i Terra de Palma. Esta actividad estará dinamizada por sets en acústico de Sr. Nadie e Indian Summer.
En 1989, un crítico musical de Boston definió la música de Pixies como ‘diferente'. No pretendía denostar sus canciones; en su opinión, lo ‘diferente' genera el caldo de cultivo que retroalimenta a aquellas bandas que, pese a sobrevolar la música como un satélite a un planeta, discurren por una vía alternativa. Continuaba su reflexión afirmando que un mercado amplio favorece a los ‘diferentes'. Pixies quizá sea ‘diferente' en ese gigantesco mercado norteamericano, de una tradición tan vasta como inabarcable. Y, por paradójico que pueda resultar, la influencia del cuarteto generó su propia camada de ‘diferentes', bandas que lograron una repercusión mítica y que no hubieran sido posibles sin ellos como Nirvana.
No en vano, cuando le preguntaron a Kurt Cobain cuál había sido su inspiración al componer Smells like teen spirit ésta fue su respuesta: «Tengo que admitir que estaba tratando de robar a los Pixies la canción pop definitiva». David Bowie también dijo lo suyo, tras escuchar la citada canción el ‘duque blanco' afirmó sentirse enojado, pues «la dinámica de la melodía es un robo total a los Pixies», sentenció. Y rizando el rizo, atentos a Thom Yorke, vocalista de Radiohead: «Los Pixies cambiaron mi vida», una frase que deja claro el impacto del cuarteto americano en la retroalimentación de los grupos ‘diferentes'.
Pixies se formó en Boston en 1986. Charles Thompson, verdadero nombre de Black Francis, convenció a Joey Santiago, su compañero de Economía en la universidad, a dejar los estudios para armar una banda. Publicaron un anuncio buscando bajista y se presentó Kim Deal, sin bajo. Al batería David Lovering lo sugirió ella. Ensayaban en un garaje y no tardaron en darse a conocer en la escena underground de la Costa Este. Podría decirse que echaron a volar el día que Gary Smith, de Fort Apache Records, les vio tocar y les dijo que no iba a dormir tranquilo hasta que fueran mundialmente conocidos. Con él grabaron cinco discos, uno por año. La gira de su debut (Come on pilgrim, 1987) les llevó por Europa, a su regreso ya estaban en boca de todos.
El tercer álbum de Pixies ha sido una fuente inagotable de inspiración para las nuevas camadas. En el encontramos Debaser, el corte que abre el disco y todo un homenaje a la película de Luis Buñuel Un perro andaluz. Es una canción violenta y absurda que habla de ojos seccionados, en referencia a una célebre y macabra escena de esta cinta; Monkey gone to heaven, el primer sencillo extraído del álbum y uno de sus temas más populares; y Here comes your man, una canción que las farmacéuticas deberían encapsular y vender como antidepresivo porque suena a verano, a tardes remoloneando con los amigos y noches danzando con los brazos en alto. Pura adolescencia.
Pixies sorprendió al mundo con este álbum cargado de poderosas melodías y cambios de ritmo brillantes. Pasaron 30 años y la banda sigue tirando de su contenido para incendiar los bises de sus conciertos.