Antoni Cañellas (Marratxí, 1999), con 19 años recién cumplidos, ingresará en el Ballet Nacional de Hungría el próximo lunes 13 de agosto.
Con esta compañía viajará en noviembre a Nueva York, el debut de este ballet en América. Allí, en el David H. Koch Theater del Lincoln Center, representarán Don Quijote y El lago de los cisnes.
«Es una compañía que se dedica especialmente al ballet clásico, aunque tiene algunas piezas contemporáneas. Por eso, entre cinco agrupaciones que me seleccionaron después de varias audiciones, decidí irme a Hungría. Me considero, sobre todo, un bailarín clásico, aunque también he participado en montajes contemporáneos. Creo que es mejor empezar con el clásico porque tienes una base para, luego, dedicarte al contemporáneo. Es más fácil que no hacer primero contemporáneo y después clásico», señala.
Cañellas baila desde los ocho años y estudió en el Conservatori Professional bajo la dirección de Josep Romero Barberà y en la English National Ballet School de Londres, donde ha vivido tres años, bajo las órdenes de Samira Saidi y Carlos Valcárcel.
Precisamente el mes pasado actuó, a modo de graduación, en el New Wimbeldon Theatre de Londres, donde representó, entre otros, los personajes principales de Dusky Fields –con coreografía del propio Valcárcel– y el gran paso de a dos del tercer acto de La bella durmiente.
También participó, el pasado febrero, en un proyecto coreográfico con Goyo Montero en el prestigioso certamen Prix de Lausanne, en Suiza.
Cañellas reconoce que el mundo de la danza es «muy duro». «Me fui de casa con 15 años para estudiar en Londres, dejando a amigos y familia aquí. Lo pude hacer gracias a una beca de la English National Ballet School, pues son estudios muy caros. Allí tienes que examinarte continuamente y, si consideran que no rindes, te echan o te dejan de becar. Son más de ocho horas diarias de ensayo y hay mucha presión; haces muchas audiciones con cerca de 60 personas a quienes no conoces y tienes que trabajar para hacer juntos una coreografía que luego te evaluarán. Tienes que hacerlo bien porque te pagas el vuelo y tienes que conseguir un puesto de trabajo», añade.
Sin embargo, asegura que el ballet le aporta mucho: «Con apenas 19 he vivido muchas experiencias, he viajado por todo el mundo y he madurado muy rápido, soy autosuficiente».
En cuanto al futuro, Cañellas confiesa que «quiero ir poco a poco, pero intentaré no quedarme mucho tiempo en una misma compañía para no estancarme. El punto álgido de la carrera de un bailarín profesional son los 25 años, aunque evidentemente depende de cada uno».
«Me gustaría poder retirarme a España, aunque lo veo muy difícil porque el Gobierno no valora para nada la danza. Es una pena porque, hay muy buenos bailarines, pero tienen que irse afuera para conseguir un buen trabajo. Ejemplo de ello es Tamara Rojo, que es la directora de la compañía English National Ballet de la escuela donde me he graduado en Londres; o Ángel Corella, artista principal del American Ballet Theatre, de la ciudad de Nueva York», apunta.