A sus 41 años, Dani Martín ha dado un paso adelante en su carrera. Sin duda, la madurez ha tocado a su puerta. Pero ni con canas deja de encarar sus conciertos a lo Mick Jagger, correteando de arriba a abajo del escenario y derrochando energía como si no hubiera un mañana. Aquel baile de San Vito acompañado de frenesí y vigor guitarrero sigue muy presente, aunque también ha irrumpido un artista más reflexivo que desgrana su repertorio con la autenticidad de los viejos rockeros.
Son Fusteret lucía el ambiente de las grandes ocasiones, alrededor de 5.000 personas se agolpaban sobre el asfalto cuando el show dio comienzo al ritmo de Volver a disfrutar, un tema de El canto del loco. «Buenas noches, Palma, quiero que cantéis muy alto y tengáis las manos en alto toda la noche», exclamó Martín ante una audiencia mayoritariamente femenina. De fondo se escuchaban los primeros acordes de Las ganas, un corte incluido en su tercer álbum en solitario, La montaña rusa. Siguió otro tema de ECDL (La suerte de mi vida), y es que uno de los alicientes de su gira Grandes éxitos y pequeños desastres es, precisamente, la recuperación de su artillería pesada, un arsenal en el que su antigua banda ocupa un lugar predominante. A continuación sonó su nuevo single, Dieciocho, un tema que conmemora sus 18 años en la música y en el que el artista echa la vista atrás embriagado de nostalgia.
Lo de Martín es digno de análisis. Algunos cantantes se dedican a saquear a sus maestros, él sin ir más lejos, que fusila a Hombres G, Los Nikis, Radio Futura y Los Ronaldos, por citar un par de ejemplos. Pero mientras otros artistas hacen croquetas rancias con las sobras de sus héroes, el madrileño logra un maridaje creíble, con una sonoridad propia deudora de una excelente producción, cada vez más alejada del vocerío adolescente. Si a ello le sumamos una puesta en escena más madura y sobria, es fácil entender por qué su obra está cada vez más cerca del nivel que exhibían sus mentores.