La fama de actor marginal «me ha beneficiado y perjudicado», confiesa Eusebio Poncela (Madrid, 1947). El que fuera una de las máximas estrellas del cine español en los 80 y 90, decidió en aquel momento marcharse a Argentina.
Allí se recuperó y prosiguió con una carrera de éxito que se extiende en España y Europa. Recientemente le pudimos ver como el cardenal Cisneros en la serie Isabel y pronto en Carlos, rey emperador –interpretando el mismo personaje– y Águila Roja. De hecho, en los descansos del rodaje de esta última ficción trazó sus nuevas pinturas, una faceta menos conocida. Se pueden ver en Carlos Martín Peluqueros (Costa de la Pols, 5, Palma).
La inquietud pictórica le vino de manos de un amigo, el artista hiperrealista Juanjo Castillo, afincado en Mallorca. «Ha sido un maestro, aunque sea más joven que yo, tanto de pintura como de ética; pero yo soy un pintorcillo amateur, en Argentina he expuesto mi obra en galerías buenísimas, pero porque yo soy, Eusebio Poncela, e incluso, a veces, me ha parecido injusto; además, no me gusta el vaivén de las grandes galerías, yo soy más inconformista». En Palma exhibe cinco obras, «muy veraniegas y ligeras».
Poncela reconoce que no tiene tiempo de ver la televisión y que está alejado del mundillo de los actores.
Sobre Pedro Almodóvar, con quien trabajó en cintas inolvidables como La ley del deseo (1987), apunta que «hace mucho que me desconecté de él». No ha visto su última película, Los amantes pasajeros. Sí vio La piel que habito, «un aburrimiento, para mí y para cualquiera con sentido común».