La escalinata de la Seu sirvió ayer de escenario para la representación del Via Crucis, de Llorenç Moya, en un año muy especial ya que se trata del vigesimoquinto aniversario de esta muestra que, año tras año, escenifica el camino de Jesucristo hacia su crucifixión. El dolor y sufrimiento de aquellos que le acompañan en su camino quedó perfectamente plasmado en un escenario, como son las escaleras, que transmitió el calvario de Cristo de una manera sensata y armoniosa.
u REALISMO
Al paso del mediodía comenzó la llegada de los miembros del grupo Taula Rodona, ya caracterizados y completamente metidos en el papel. La música comenzó a sonar y el temblor de los tambores se unía la figura de los lectores y las voces, que daban comienzo al espectáculo.
Las mujeres, entre ellas María, la madre de Cristo, fueron las primeras en bajar la escalinata. Junto a ellos, un niño y una niña. El sentir y la angustia que transmitían se podía palpar en su mirada. A continuación, apareció en escena Jesús (Àngel Colomer), caminando impasible ante la mirada de los dos ladrones que le acompañaban y la furia y violencia de los soldados, que les arrastraban y golpeaban sin un ápice de clemencia.
El texto, compuesto de catorce estaciones, recogía el camino a la cruz, el descenso y la resurrección. Uno de los instantes que más impactó a los presentes fue este último, cuando Cristo volvió para encontrarse con su madre y aquellas personas que le habían acompañado en su calvario. Espectaculares fueron también las tres caídas de Jesucristo de camino a la cruz.
Dotada de gran realismo, la obra sorprendió a todos aquellos que acudieron a la cita. Devotos, curiosos y turistas quedaron sorprendidos ante la fuerza y sentimiento de los versos de Moyà, que acompañaban a unos actores que no pronunciaron una sola palabra y cuyos rostros y cuerpos reflejaban sus sentimientos a la perfección. El tiempo acompañó al acto, un sol abrasador que hizo posible que la visión del espectáculo fuese agradable y cómoda.