CARLES DOMÈNEC
El Museo Marítimo de Barcelona presenta «Piratas», un repaso histórico de la piratería desde las primeras navegaciones comerciales hasta nuestros días en la que las Balears están presentes. El montaje comienza en la Edad Antigua y termina con los traficantes actuales de las costas africanas, americanas y asiáticas.
La exposición contiene maquetas de galeras utilizadas por los piratas y para defenderse de ellos, objetos confiscados durante los asaltos, cartas náuticas, pinturas, armas y escenografías que recrean el universo de los ladrones en diversas épocas.
La sección dedicada al Mediterráneo ocupa un lugar preferente y, en ella, destaca la Carta Náutica de Pietro Russo, en 1508, de la Escuela Cartográfica Mallorquina, un pergamino en tinta, propio de la época más dinámica del Reino de Aragón, protagonista de una gran expansión por todo el Mediterráneo. Las atarazanas reales de Barcelona fueron el principal arsenal de la Corona de Aragón, donde se construían las galeras que protegían el comercio y que imponían el poder de los reyes aragoneses sobre sus enemigos, principalmente Génova y Al-Andalus. Allí se fabricaron también las galeras, nave de guerra por excelencia en el Mediterráneo, para defenderse de los ataques de piratas y corsarios. La galera fue el vehículo ideal tanto para el ladrón como para el perseguido. Frente a los enemigos venecianos, genoveses, pisanos, franceses o musulmanes, se instrumentalizaron algunas formas de piratería cuyo principal objetivo era el desgaste del contrario.
En una de las vitrinas de la muestra se dispone de una maqueta de una torre de vigilancia de Formentera. A partir del siglo XVI, las comunidades costeras tomaron medidas para neutralizar las invasiones. Una de esas previsiones fue la construcción de torres por el litoral, desde donde se advertía a la población, con hogueras en la parte superior de la torre, de la presencia de corsarios y se organizaba una flota de vigilancia y guardacostas.
La figura del corsario apareció con la caída del Imperio Romano y, a partir del siglo IX, a los piratas mediterráneos se les sumaron los vikingos. La expulsión de los musulmanes no conversos de la Península Ibérica en 1500 forzó un aumento de incursiones de corsarios del norte de Àfrica. Durante la Edad Moderna, el Mediterráneo siguió siendo el escenario de la actividad corsaria protagonizada por las potencias cristianas y el imperio Otomano. Los corsarios fueron utilizados para luchar con los respectivos enemigos, y de esta manera debilitarlos. De esta época se muestran varios grabados de piratas, una pintura sobre la batalla de Lepanto y varios modelos de jabeque, embarcación típica usada en las pugnas.