El catálogo razonado de sus obras ocupa más de media docena de volúmenes, ejemplo de una larga y fructífera carrera en la que el escultor Anthony Caro (Surrey, Inglaterra, 1924) ha expresado «sentimientos» en bronce, hierro, acero, arcilla y hasta papel, como «Palma Steps», junto a la muralla del Baluard de Sant Pere, que forma parte del patrimonio de Ciutat. El conocimiento de su trabajo puede completarse con la exposición que ayer se inauguró en el nuevo espacio de la galería Altair, en la calle Sant Jaume, donde se exhibe una selección de sus obras en distintos formatos y materiales.
Atildado, con el pelo y barba blancos y muy recortados, elegante, Caro da muestras de la misma vitalidad que las piezas elegidas por el galerista Bernat Rabassa, obras de los últimos veinticinco años. «Fue en el momento justo», dice sobre su viaje a Estados Unidos, en 1959, tras conocer el expresionismo abstracto debido una exposición que vio en Londres. El creador, que había sido ayudante de Henry Moore y hecho escultura figurativa, cambió por completo su forma de trabajar tras esta experiencia. «El centro del arte era París pero, en parte porque no sabía francés y, en parte porque no había madurado como artista, me fui a EE UU tras interesarme por los nuevos movimientos del arte americano».
De este momento recuerda que la comunicación con los artistas norteamericanos «fue fácil porque eran directos y claros». En Nueva York encontró «un espíritu nuevo», apunta este artista internacional, convencido de que los lugares influyen en los resultados plásticos, aunque desconoce el porqué. «Quizá se pueda hablar de diferentes formas de pintura y escultura», reflexiona, mientras cuenta que cuando viajó a Barcelona para impartir un taller, «Triángulo», con artistas estadounidenses, canadienses e ingleses, estos le comentaron que «a partir de entonces harían un arte distinto». Fue en el momento de la marcha tras intercambiar experiencias con creadores españoles. Reconoce que no sabe qué sucedió, si fueron «los contrastes tan fuertes de las luces y las sombras o el contacto». Personalmente «he trabajado en muchos países distintos y siempre pasa algo», afirma.
Para Caro la escultura «es una cosa física y ha de expresar sentimientos, algo real, concreto, no puede ser sueños». La relación de Caro con sus ayudantes se reseña en la bibliografía como una actitud abierta por su parte. «El artista ha de ser como un receptor de radio», recibir de lo que le rodea. «La idea del artista como sacerdote supremo está equivocada, éste necesita una gran dosis de humildad». Y cuenta una buena anécdota: En Toronto, una pieza de tres toneladas, no acababa de convencerle. Quien manejaba la grúa le sugirió que la tumbara. «Lo hice y funcionó», asegura con una sonrisa que engancha.