Tras formarse como especialista en el Hospital de la Paz (Madrid) el Dr. Juan Lastra ha recabado una amplia experiencia sobre la epilepsia y patologías similares. A menudo «las crisis epilépticas cursan con una sintomatología mucho más sutil», avisa el especialista. En muchos casos «el síntoma más frecuente que son las ausencias (el niño pasa unos segundos en los que no conecta adecuadamente con el medio) de las que a menudo los padres no son muy conscientes hasta que son muy repetidas o deterioran su actividad diaria. Pero si la epilepsia —que tiene un buen pronóstico si se diagnostica adecuadamente— afecta a una cifra cercana al 1% de la población, mucho más frecuente, también poco conocida y fácil de confundir para padres o educadores con la epilepsia son las crisis febriles.
Si la epilepsia tiene una incidencia del 1% las crisis febriles la tienen de entre el 3 y el 6%, lo que supone que «en un aula de 40 niños —señala el Dr. Lastra— casi siempre habrá uno o dos que tengan convulsiones febriles, el tipo de crisis más frecuente en la infancia».Esas convulsiones febriles, manifestación más frecuente de esta otra enfermedad, se producen en los momentos de aumento de una fiebre que es secundaria a otras causas, como son los catarros, las gastroenteritis, etcétera», explica el neuropediatra.
En el contexto de la fiebre, «determinados niños, que tienen más susceptibilidad, sufren una crisis convulsiva, que suele ser generalizada». Estas crisis, afortunadamente, «normalmente no dejan secuelas y pueden abortarse con ciertos fármacos de rescate y vigilancia».En estos niños, que además en algunos casos, muy pocos, pueden desarrollar epilepsia, «la sintomatología clásica es que cuando sube la fiebre se produce una desconexión del medio, la mirada queda fija o incluso con los ojos en blanco. Suele darse —continúa el Dr. Juan Lastra, neuropediatra de Juaneda Hospitales— un aumento de tono de los músculos, el niño se queda rígido y posteriormente puede haber cambios de coloración, movimientos clónicos, sacudidas de brazos y piernas. Es frecuente que el niño llegue a Urgencias con la crisis finalizada espontáneamente o tras darle un fármaco de rescate y al poco tiempo se recupera por completo. En un pequeño porcentaje la crisis puede prolongarse unos minutos, lo que reviste cierta peligrosidad».