Las alegrías, cuando no se esperan, saben mejor. Se disfrutan de una forma especial. Inimaginables. Son situación que, a veces, se sueñan... pero que casi nunca se cumplen. Hasta que un día inesperado, de repente, surge una generación para abrir la puerta de la historia y cerrar un círculo iniciado hace poco más de un lustro.
Porque el Mallorca supo transformar un desastre como el descenso a Segunda B en un nuevo inicio. En el resurgir del nuevo mallorquinismo. El de los más jóvenes. Aquellos niños que cada domingo por la mañana acudían al Estadio o viajaban a Peralada o Santa Eulàlia han vivido en primera persona aquellas historias que le contaban sus padres cuando hace poco más décadas, cuando ellos gateaban o simplemente no habían nacido, el Mallorca alcanzaba el cielo en Elche.
Aquellas estrellas de antes tienen recambio en el museo de la historia. Los Greif, Samú Costa, Gio, Muriqi, Dani Rodríguez, Antonio, Darder y sobre todo Antonio Raíllo y Abdón Prats (los supervivientes de aquel renacimiento en Segunda B) han sido capaces de provocar una locura inesperada en una afición más volcada que nunca, que se había tomado esta semifinal ante la Real Sociedad como si fuera la final. Y contagiados por esa fe y esa ilusión del mallorquinismo, el equipo de Aguirre ha sido capaz de clasificarse para una final de la Copa del Rey en la casa de un equipo Champions.... Una locura.