En junio de 2017 el Real Mallorca descendió a Segunda División B. Este martes, en febrero de 2024, el equipo balear jugaba una semifinal de la Copa del Rey. Han pasado 6 años, 8 meses y 23 días. En mitad de ese camino se han llegado a dar hasta dos ascensos a Primera División. Es difícil, muy difícil, encontrar un club que un periodo de tiempo tan escaso haya experimentado tantas cosas como el Real Mallorca. El club, el equipo y la afición llevan subidos a una montaña rusa desde hace siete años y ahí siguen instalados. Porque el Mallorca es un club que solo entiende de extremos. En la Liga o suele meterse en el vagón medio alto o lucha por descender y en la Copa ayer dio otra muestra de lo que es capaz.
Llegar a un campo como la Reale Arena y competir por meterse en la final como lo hizo ayer el equipo de Aguirre no es nada sencillo porque el conjunto donostiarra es un equipo de Champions y eso no hay que olvidarlo y es necesario siempre ponerlo en la balanza de cualquier análisis. Desde el calentamiento se vio a un Mallorca dispuesto a disfrutar el camino y a una Real que sabía que le tocaría sufrir ante uno de los equipos más correosos del campeonato.
Llegar a disputar partidos como el de este martes, ser protagonista de una semifinal por encima de los grandes y además hacerlo dando una imagen perfecta no es gratis. Detrás hay forzosamente la implicación de una propiedad que solo en operaciones de ampliación de capital ha inyectado una cifra que ronda los sesenta millones de euros. Porque si en su día Sarver y ahora Kohlberg no hubieran activado ampliaciones y reducciones del precio de sus acciones, nada de lo vivido en la Copa esta temporada hubiera sido posible. El Mallorca casi siempre que ha contado con un buen pulmón económico ha conseguido cosas importantes. Sobre todo con el Grupo Z y ahora con la administración norteamericana, el club ha crecido llegando a jugar cosas importantes. Llegando a sentirse grande.
Gracias a las grandes cantidades de dinero que han ido inyectando en el Mallorca, se ha conseguido estabilizar el proyecto y llegar a luchar por un trofeo. Pero sería injusto no destacar el trabajo de los futbolistas, los grandes protagonistas de esta historia. Tanto de los que jugaron como de los que no porque durante toda la temporada, Aguirre ha ido repartiendo minutos y haciendo que prácticamente todos se sientan protagonistas del campeonato en las dos competiciones.
Esto es un juego de equipo y ganan todos y pierden todos, pero Sergi Darder lanzó el quinto y definitivo penalti, el más comprometido. Lo marcó. Se lo merece. Se lo merecen todos. Estamos en la final.
Las emociones han sido muchas, pero ahora es imprescindible aparcarlas y mirar a la Liga. No parece que corra peligro la permanencia porque los de abajo no tienen ese espíritu con el que sí cuenta el Mallorca esta temporada.