El Mallorca invirtió la jornada electoral en acudir al Camp Nou solo para ejercer como interventor en la última fiesta azulgrana de la temporada. El equipo de Javier Aguirre, que desde que aseguró la permanencia apenas ha dado señales de vida en medio partido, no aguantó ni un minuto en pie ni ofreció la más mínima resistencia a la hora de contener un equipo que durante la semana había estado más preocupado de las celebraciones que del balón. Su muralla defensiva (y gran seña de identidad) se iba al suelo a los 48 segundos como un castillo de arena y Amath se borraba antes del primer cuarto de hora con una entrada terrorífica sobre Balde que obliga a ambos a liquidar la temporada antes de lo programado. Un despropósito de principio a fin. Lo único destacado que hizo el equipo balear a su paso por el coliseo culé fue contemplar desde una posición privilegiada los homenajes a Sergio Busquets y Jordi Alba. Espectadores de lujo.
La llama europea, que solo mantenían encendida las matemáticas, los medios y algunos aficionados, se apagó de golpe antes de que cobrara forma una jornada como las de antes. Ni el técnico, ni la plantilla ni el club creían realmente en alcanzar ese premio gordo que apareció de repente en el camino y que seguramente se habría cobrado una cuantiosa factura la temporada que viene. Solo quedan noventa minutos de Liga. Y lo mejor para todos es que lleguen las vacaciones.