«Cuando no es tu Tour, no lo es», aseguraba tajante Enric Mas (Artà, 1995) al despedirse de sus opciones de podio en una carrera que le había situado entre los seis mejores de la general durante sus dos últimas ediciones. Quinto en 2020 y sexto en 2021, el mallorquín se había ganado a pulso la jefatura de filas del Movistar -con el que ha renovado hasta 2025- y el cartel de vueltómano de referencia para el ciclismo español, reafirmado con su segundo puesto en La Vuelta el pasado curso. Pero una temporada plagada de sobresaltos, en forma de caídas (Itzulia, Tirreno-Adriático y Dauphiné), las dudas, el ritmo diabólico de la carrera y un positivo por COVID acabaron por dar forma a una tormenta perfecta que envió al balear a casa a falta de tres jornadas para llegar a París. Horas después de rendirse en Hautacam y dejarse sus cada vez más remotas esperanzas en el descenso del Aubisque, desapareciendo del tiro de cámara el día en el que atacó a por todas, a la caza de una buena plaza en el Top 10 y esa etapa que se le resiste al Movistar.
Pero más allá de episodios claves en Alpes y Pirineos, ya las cosas se torcieron en la contrarreloj de Copenhague, donde Mas se dejó 56 segundos. Un hándicap añadido a la par que Pogacar, Vingegaard, Thomas y compañía tomaban posiciones. Salvó el golpe en los adoquines, enganchado a los favoritos, e incluso en la Super Blanche des Belles Filles, calcando el guión para colarse entre los diez mejores.
Pero camino del Granon, rebasado el Galibier, llegó el primer golpe serio. Cuesta abajo y en pleno intercambio de golpes entre UAE y Jumbo Visma se cocinó una pérdida en meta de 8:08 argumentada en problemas físicos y estomacales. Esas malas sensaciones las contrarrestó en Alpe d'Huez, donde logró seguir la estela de los ‘gallos'. Pero la historia se repitió, y con un guión más duro y trágico si cabe, en la jornada clave de los Pirineos. Su ataque permitió soñar, pero esa renta y esa ambición volaron por los aires en una bajada para olvidar, llegando a Hautacam a más de siete minutos del ganador, Vingegaard, y dejándose otra minutada con sus rivales directos que le tiraban del Top 10. Aquel día, el recuerdo del Tourmalet en 2019 afloró, pero Mas no es aquel debutante que topó de pleno con la Grande Boucle. Ahora, era un aspirante firme al cajón.
Miedos
En meta, Enric se sinceró y sacó a la luz un «miedo interno» que le cuesta «superar». Ya trabaja duro en ello, en sacudirse esa tensión en los descensos y borrar los golpes de un 2022 complicado para el mallorquín, que cerró un Tour para olvidar con un inoportuno positivo en COVID antes de darse la salida a la antepenúltima etapa.
Ahora les toca a Enric Mas y a un Movistar que se juega su futuro —su plaza en el World Tour— reflexionar, plantearse su presencia en La Vuelta —la última bala del curso— y recuperar la mejor versión del ciclista mallorquín, que con 27 años tiene margen para reivindicarse de nuevo tras dos temporadas seguidas entre los seis mejores en las carreras de tres semanas en que ha participado. Empieza otra carrera en la que no bastará con ser el más rápido y dar pedales. Toca ser, más que nunca, el más fuerte.