Jenaro Llorente|MADRID
Un golpe de suerte, en forma de tanto en propia meta de Pedro López en el último suspiro, desatascó al Atlético ante el Valladolid, al que venció 4-3 en un encuentro loco que los locales no supieron jugar con renta a favor, ni tampoco cerrar cuando todo estaba de cara.
Definitivamente, el Atlético no sabe manejar las ventajas en el marcador. No lo hizo por dos veces en el último duelo en el Calderón ante el Villarreal y tampoco supo administrar su diferencia en el electrónico ante el Valladolid.
Comentó Javier Aguirre hace quince días que sus discípulos debían aprender a cerrarse, a no irse alegremente al ataque en busca de más dianas, aunque eso no fuese lo más bonito para el espectáculo.
Y, efectivamente, esa lección era aplicable el día del Villarreal, cuando con 3-2 en el marcador y sólo 25 minutos para concluir el envite, los visitantes voltearon los guarismos y se llevaron los tres puntos.
Pero ayer el rival era el Valladolid. Un equipo modesto, recién ascendido y tradicionalmente una «perita en dulce» para los rojiblancos en el Manzanares, donde les han vencido en las últimas seis temporadas.
Salió el Valladolid al césped del Calderón consciente de estos datos y por ello se presentó timorato, sabedor de sus limitaciones. Además se encontró con un tanto en contra en el minuto 2. El portugués Maniche concluyó un bonito pase del Kun Agüero para, dentro del área, batir al francés Butelle.
Otra vez se dibujaba un escenario perfecto para los locales y otra vez no supieron como desenvolverse en él. La obligación del Atlético ante una situación de esas características y un enemigo inferior es tener el balón y buscar más tantos para cerrar el partido.
Era lo que todo el mundo esperaba, incluido el rival, que de repente se encontró con la pelota y la iniciativa del juego casi sin quererlo.
Y aprovechó el Valladolid la increíble gentileza del Atlético para de nuevo descubrir las tremendas carencias de los rojiblancos en defensa.