Javier Giraldo|BARCELONA
Inspirado por la explosividad de Messi y la elegancia de Iniesta, el Barcelona recuperó el fútbol de alta escuela para doblegar con autoridad al Zaragoza en su mejor partido de la temporada (4-1).
Frente a un rival de empaque, el Barca se reencontró a sí mismo. Volvió a ser un conjunto luminoso, pletórico de arriba a abajo que remitió al de sus mejores días. Un equipo casi imparable, rebosante de talento y enchufado al partido como si de una final se tratase. Brilló Messi y maravilló Iniesta, pero el partido también sirvió para asistir a la recuperación de Deco, comandante en el centro del campo. El Barcelona sólo echó de menos el gol de Henry, falto de acierto en el último toque.
Víctima de la resurrección del Barcelona, el Zaragoza se desenfocó. Es un equipo exquisito con el balón, pero endeble y tembloroso cuando tiene que ponerse a defender. Sufrió de lo lindo ante el mejor Barcelona de la temporada. No encontró el timón de Aimar y nunca se encontró cómodo en el Camp Nou. Sobre todo, porque enfrente tuvo a un puñado de jugadores imparables.
Nadie como Messi para ilustrar la figura del jugador en estado de gracia. Protagonista indiscutible del Barcelona, el argentino fue el encargado de romper el partido a las primeras de cambio. Primero adelantando al Barça en los instantes iniciales y después rompiendo nuevamente el duelo cuando Zapater había convertido el monólogo del argentino en un cuerpo a cuerpo.
Animado por la elegancia de Iniesta y la explosividad de Messi, el Barcelona regaló un fútbol excelente. Como en sus mejores días, el equipo jugó con buen gusto y combinó con facilidad. Dominó el partido con una autoridad incontestable y lo coronó con el tercer gol, un ejemplo de juego generoso, una pared entre Messi y Deco que Iniesta empujó con suavidad a la red. El gol de Márquez apuntilló y retrató al Zaragoza.
La segunda mitad fue un puro trámite. El Barcelona había sentenciado el partido.