Fernando Fernández (Atenas)
El deporte está plagado de injusticias que no tienen remedio. No se
puede mirar atrás, rebobinar la cinta y corregir. Y en unos Juegos
Olímpicos es cuando un fallo, por mínimo que sea, te acaba costando
caro, a veces demasiado. El equivalente a muchos años de
entrenamiento, sacrificio y dedicación a un deporte que te da la
vida, pero a veces te arrebata la gloria. Ayer, el planeta se quedó
boquiabierto. Elena Gómez Servera, la mejor gimnasta española de
todos los tiempos y, aunque en Atenas no se cuelgue una de esas
medallas a las que nos ha acostumbrado, un referente universal para
las gimnastas que quieren algún día llegar a ser como ella, se caía
de la final de suelo.
Su temple deja claro que una deportista lo es en todas las circunstancias. La procesión iba por dentro, pero ella esbozaba una sonrisa. Tal vez quiso bordar ese ejercicio ganador, pero un error de precisión abre las puertas de la victoria a sus rivales. La final de suelo no será lo mismo sin su mejor especialista en los últimos años. Undécima clasificada con una nota de 9.500, deberá ver el instante con el que tantas veces ha soñado desde la grada. Cuando ella debía ser la protagonista, la que hiciera que el himno y la bandera de España acapararan todas las atenciones. Khorkina tampoco estará, pero el resto pugnará por el trono de Elena. Merecía algo más, pero parece que entre Catalina Ponor -9.687-, Fei Cheng y Delane dos Santos se van a jugar el oro.
Con el permiso de Patricia Moreno. Ella ocupará la dolorosa vacante dejada por Elena en su prueba, la que la coronó como reina y ayer la dejó sin una merecisa recompensa. Le queda el consuelo de la final por equipos, aunque las medallas parecen una utopía. Y el concurso completo, donde podrá volver a emocionarnos con un clase sobre el tapiz. Pocas pueden presumir de haber alcanzado sus fitas, pero aquí queda una asignatura pendiente. El oro olímpico hubiera culminado sus aspiraciones y tal vez una carrera frenética.