No fue un clásico estelar. Ni siquiera resultó equilibrado o emocionante. El Real Madrid agarró la victoria en una de sus visitas más plácidas al Camp Nou. Su oficio en las áreas y los goles de dos defensas (Alaba y Lucas Vázquez) resultaron suficientes para cumplir con el trámite y enlazar su cuarta alegría consecutiva ante su eterno rival. Dejó la sensación de no querer hacer más daño a su enemigo.
El Barça está en un claro proceso de descomposición. Es la versión azulgrana más ramplona y timorata que se recuerda, con un lateral de verbena (Mingueza), un central con una debilidad física y una fragilidad defensiva alarmante (Eric García), un futbolista indescifrable (Sergiño Dest) y un delantero que era el cuarto en la línea ofensiva del Sevilla (De Jong). Este alarmante déficit de calidad y talento convierte al Barça en un bloque vulgar que es incapaz de competir con enemigos de su misma condición.
La imagen (lamentable) del clásico se produjo después, cuando un grupo de seguidores increparon y golpearon el coche de Ronald Koeman, que iba acompañado de su mujer. Esta escena recuerda a la vivida en su día por Héctor Cúper cuando dirigía al Valencia y le zarandearon el automóvil. La situación en Can Barça es crítica, aunque allí se ha instalado la resignación. El «es lo que hay» que en su día dijo Piqué va calando entre la hinchada. Como si fuera un equipo pequeño...